Este domingo, Suiza ha votado en referéndum si se imponía entre los ciudadanos de su país el pasaporte covid ante la fuerte resistencia existente en el país helvético, donde los vacunados con las dos dosis superan ligeramente el 65%. Aunque lo de menos es el resultado que se ha producido, el 61% ha votado a favor de que el gobierno confederal imponga la obligatoriedad del certificado, con una fuerte campaña en contra del partido populista de derechas Unión Democrática de Centro (UDC), con poco más de un cuarto de asientos en la asamblea legislativa.
Aunque en Suiza los referéndums están al orden del día y en lo que llevan de año se han celebrados varios, entre otros dos sobre el matrimonio igualitario y sobre su ley climática, en este caso son también el primer país del mundo en que una medida de esta naturaleza es decidida por el conjunto de la ciudadanía. Es posible que la llegada de la sexta ola y las noticias sobre la llegada a varios países europeos de la variante sudafricana —denominada por la OMS ómicron— y su capacidad de transmisión, haya jugado un factor importante. Máxime en unos momentos en que se ha desatado una cierta histeria y los estudios necesitarán aún unas semanas para ser definitivos. Ello en un momento en que las cifras de la covid-19 siguen aumentando en Catalunya a un ritmo preocupante.
Siempre he sido un defensor de los referéndums de todo tipo, que solo pueden aportar un grado de responsabilidad máxima y compromiso a los ciudadanos en las decisiones que les afectan. El Govern se comprometió a realizar uno en las comarcas pirinaicas para seguir adelante con la candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno, Barcelona-Pirineus. ¿Qué mejor manera que dirimir en las urnas una decisión tan compleja y donde las posiciones en el territorio son tan antagónicas? Claro que pueden decidirlo los gobiernos o las asambleas legislativas, como hasta la fecha, pero entonces no nos quejemos si hay desafección entre la población con la política cuando las decisiones se toman fuera del perímetro afectado y a cientos de kilómetros.
La democracia se asienta con procedimientos democráticos permanentes aunque ello sea enormemente incómodo para el gobernante, que no le gusta salir derrotado nunca y que teme quedar en minoría. Sería bueno que el Govern trabajara al máximo para impulsar este tipo de consultas y que no fueran una cosa excepcional como el del cambio de nombre de Sant Carles de la Ràpita por La Ràpita. Nada es fácil en este camino, ya que la cultura política al respecto es prácticamente inexistente y la fuerza de los partidos es tan importante que acaba ahogando muchas de las iniciativas en este sentido.