La renuncia de Jordi Sànchez a optar a la secretaría general de Junts per Catalunya en el congreso que se celebrará en el mes de junio marca un punto de inflexión muy relevante en la formación política independentista. La decisión de Sànchez ―inesperada por el momento escogido, previsible por la necesidad de sacar presión a la organización― despeja el camino a su sustituto o sustituta, pero también le pone deberes: una lista de consenso, un equipo compacto, un rumbo al partido que no sea revisable cada semana por unos o por otros en función del ruido que haya y unas líneas ideológicas claras, de las que actualmente carece, y que ha acabado siendo un talón de Aquiles a la hora de definir en muchas ocasiones la posición de Junts.
Si antes de que Sànchez anunciara su decisión, las miradas estaban pendientes de qué iba a hacer Jordi Turull y en qué momento iba a dar el paso, ahora es obvio que el calendario se ha acelerado porque el congreso será en junio y no en julio y el cargo tendrá que tener obligatoriamente un nuevo responsable. Turull es un político con larga experiencia que ha reforzado su liderazgo tras el injusto paso por la prisión, pero Junts continúa siendo más un movimiento que un partido, con las ventajas y los inconvenientes que eso tiene. Además, se trata de sustituir a quien ha sido el arquitecto de las principales decisiones: desde la entrada en el Govern que preside Aragonès hasta los miembros que se incorporaban pasando por los acuerdos para sumar alcaldes del PDeCAT en las listas de Junts en las próximas municipales, o el pacto para cerrar el relevo de numerosos cargos institucionales caducados y entre ellos los siempre complicados medios públicos.
También ha sido el encargado de apagar incendios sobrevenidos, fruto en más de una ocasión de cambios de opinión después de que se hubiera acordado poco antes lo contrario. Esta situación impedía cerrar heridas en Junts y mantenía una tensión que le situaba siempre como un partido con muchas voces opuestas, no como un partido coral donde unos y otros ayudaban a que la sinfonía sonara mejor. El balance de la acción política de Sànchez, que al final es lo que cuenta, solo puede ser positivo si lo que se pretendía es que Junts no perdiera la estela de partido de gobierno después de quedar tercero ―nunca había quedado en tan mala posición en unas catalanas― en las elecciones del 14 de febrero de 2021. Otra cosa diferente es si Junts hubiera apostado por quedarse fuera del Govern, pero esa tampoco era la opción de Jordi Turull, ni de los otros dos presos de Lledoners, Josep Rull y Quim Forn. Tampoco fue de manera mayoritaria la de la ejecutiva de Junts. Otra cosa es que la tensión entre las diferentes almas haya sido una constante desde entonces y haya hecho más frágil su liderazgo que, pese a todo, ha ejercido con una autoridad y autonomía relevante.
Despejada la casilla sobre la renuncia de Sànchez a continuar, habrá que estar atentos a los movimientos de Carles Puigdemont, el presidente del partido. Es de sobras conocida su posición de priorizar el Consell per la República frente a la presidencia de Junts y su decisión de renunciar al cargo con el horizonte judicial del Tribunal General de la Unión Europea despejado, algo que sucederá entre julio y septiembre, más bien a la vuelta del verano. El congreso en junio le obliga a adoptar antes la decisión y las posibilidades de que renunciaría eran hasta ahora muy altas aunque habrá que esperar a que así lo comunique. La carta que tiene a favor es que el partido va a respirar aliviado si el melón de la presidencia ahora no se abre y se demora lo máximo posible.