Si algo sabe hacer rematadamente bien el Gobierno de Pedro Sánchez es vender humo. Poner en marcha el ventilador de las expectativas de futuro cuando más necesitado está de apoyos políticos en el Congreso de los Diputados. Lo hace una y otra vez con gran habilidad, ya que el truco funciona una y otra vez. Este miércoles el anzuelo ha sido una muy cuidada puesta en escena del ministro de Justicia, Juan Carlos Campos, anunciando que el Gobierno iba a empezar a tramitar los indultos parciales la semana que viene. No dice nada Campos de que está obligado a hacerlo, ya que así está establecido, y de que en estos momentos se acumulan varias peticiones encima de su mesa. Ni tampoco que la primera que se presentó fue la del abogado Francesc de Jufresa el pasado diciembre. Prisa, prisa, no parece que se haya dado. Otra cosa es que al Gobierno sea ahora cuando le interese jugar esta carta.

Pero no nos engañemos, el indulto no es el camino. Aquí hay que ser claros: solo vale la amnistía. Pero Sánchez, ya se sabe, se mueve mejor que nadie con promesas que son una cosa y parecen otra. La misma estrategia sigue con la modificación del delito de sedición para rebajar las penas que hoy contempla el Código Penal. Tampoco es eso; en realidad hay que suprimirlo, ya que no tiene parangón en el ordenamiento jurídico de muchos países de nuestro entorno.

Resumiendo, Sánchez nos presenta un hipotético indulto y una rebaja de la sedición como dos grandes avances. La derecha española, cada vez más ultramontana, sale en tromba, como solo lo hace cuando el objeto de debate afecta a los independentistas o a la independencia. Y el presidente del Gobierno se coloca en un falso centro entre las razonadas peticiones independentistas para volver a una situación que permita el diálogo, y la derecha ultra con su control más que absoluto de la judicatura, los resortes del poder y el control del relato en lo que afecta a la unidad de España.

Jordi Pujol, a quien nadie le discutirá sus grandes dotes de orador, acuñó en un acto electoral celebrado en 2002 una expresión que se hizo célebre a la hora de explicar con tan solo dos palabras la actitud de los diferentes gobiernos con Catalunya. “Es como mi abuela cuando iba al gallinero y gritaba a las gallinas diciendo: 'titas titas, titas titas'”, explicó. Hoy alguien en el mismo cargo podría decir exactamente lo mismo. 

Este es el problema.