Si tuviera que escoger la cara y la cruz de este sábado terrible para el mundo del fútbol y sus instituciones, me quedaría, en el primer caso, con el comunicado público de todas las jugadoras que ganaron el pasado mundial de fútbol en Australia, asegurando que no piensan volver a la selección española hasta que el presidente de la federación, Luis Rubiales, haya dimitido. La cruz serían los vergonzosos aplausos de una amplísima mayoría de los miembros de la asamblea de la RFEF cuando Rubiales, lejos de concretar la dimisión que había comunicado la víspera a sus colaboradores, anunció lo contrario y se puso a lanzar acusaciones y mentiras contra todos. También el silencio de la gran mayoría de los jugadores de la selección masculina, por su insolidaridad y egoísmo.
La España pretérita y añeja no estaba volviendo de las cenizas, sino dejándose ver ostentosamente ante las cámaras de televisión. Aquello no era un mitin de Vox, pero muchos de los reunidos no deben andar muy lejos. Ya veremos si Rubiales, en su delirio y en sus ejercicios de trapecio intentando pasar de acosador a acosado, no acaba dando el salto a la política para formar parte de las listas de la ultraderecha. En general, el mundo del fútbol que hemos visto este sábado parecía tener el reloj parado muchas décadas atrás.
Porque lo que nadie duda a estas alturas es que Rubiales se va a ir de la presidencia de la RFEF por las buenas o por las malas. Tenía un camino, con su dimisión en la asamblea, pero al cambiar de opinión en el último momento, al calor de los apoyos recibidos, ha abierto la caja de Pandora con el gobierno, que intentará un cese exprés a través del ministerio de Cultura de Miquel Iceta y el Consejo Superior de Deporte (CSD) y el organismo que entiende de estas cosas: el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS). Además, desde el PP —al menos su secretaria general, Cuca Gamarra— hasta la izquierda, la unanimidad en exigir la dimisión de Rubiales es total.
Un capítulo aparte merecen las respuestas que se están produciendo en el fútbol catalán. El presidente de la Federación Catalana, Joan Soteras, empezó calificando de creíbles las explicaciones de Rubiales en la asamblea, para anunciar su dimisión a las pocas horas y una vez otros presidentes territoriales habían dimitido. En el ínterin, recibió varias collejas de diferentes políticos catalanes. El comunicado del Barça también es del todo insuficiente. El club debe tener sus razones —el peso de la federación de un estado siempre es importante en cosas tan diferentes como posibles sanciones de UEFA o FIFA— pero cuando está en juego la dignidad de las mujeres no hay una posición intermedia que sea válida, que no sea la denuncia de los hechos, la exigencia de responsabilidades y la petición de dimisión. Bravo, en cambio, el Espanyol y los clubes catalanes de diferentes categorías que han exigido su marcha.