El president de la Generalitat, Pere Aragonès, ha decidido aceptar la invitación a acudir a la cumbre hispano-francesa que se celebrará en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC), en Montjuïc, el próximo día 19. Me parece bien. Es el comportamiento que corresponde al president de Catalunya como primera autoridad del país. El poder se debe ocupar siempre que se puede y nada se gana con dejar vacía la silla que le corresponde y dando la espalda al presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron. No es el país vecino un estado cualquiera en el ámbito internacional ni tampoco en las relaciones comerciales con Catalunya: en 2022, las ventas de las empresas catalanas en el exterior han crecido un 16% hasta alcanzar un récord histórico de 93.500 millones de euros, el equivalente a un tercio del PIB de Catalunya. Pues bien, el principal país a donde han exportado las empresas catalanas ha sido a Francia, con un 16%, muy lejos del segundo, Alemania, que con dificultades coloca una cifra de dos dígitos.
El problema no es estar o no estar presente, sino estar para qué, con qué objetivo. La cuestión es denunciar, con voz alta y clara, la presentación ofensiva e inaceptable de la cumbre que ha hecho Pedro Sánchez y su gobierno, exhibiendo el trofeo de una falsa e inexistente normalización de la situación política en Catalunya. Tener un papel subsidiario en una cumbre entre estados tampoco es el problema. Aunque no te guste, no es una reunión entre tres estados, sino entre dos, el español y el francés. El president lo que tiene que hacer bien es representar a la institución y que el cargo tenga la dignidad que se espera en una situación como esta. Transmitir antes, durante y después al máximo de autoridades que pueda que la represión judicial continúa y que Catalunya persiste en un objetivo de ser un estado independiente. Explicarlo igualmente a los medios de comunicación extranjeros —a los que, por cierto, alguien se habría tenido que encargar ya de convocarlos la víspera en el Palau de la Generalitat; antes, al menos, la política se hacía así.
Porque es perfectamente compatible esta posición institucional con la movilización que está preparando el independentismo auspiciada por las tres entidades soberanistas convocantes —Òmnium Cultural, Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Consell de la República— para expresar que Pedro Sánchez y el estado español no han ganado la batalla y no los han expulsado del cuadrilátero político. El gobierno español y muy especialmente el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, han medido mal sus palabras y alguien les tenía que haber advertido que, cuando las cosas están calientes, meter el dedo en el ojo muchas veces tiene consecuencias.
Una protesta que, por otro lado, va a ser unitaria por parte del bloque independentista. Algo que tampoco es tan corriente en los tiempos actuales. No se trata de una unidad real, ya que todo tiene mucho de artificial, pero, seguramente, más vale esto que nada. El capital del 52% conseguido en las urnas el 14 de febrero hace tiempo que irresponsablemente se tiró a la papelera de la historia y ahora solo se pueden hacer performances que aguanten vivo el recuerdo de un pasado que ya no existe. Importante será también cómo juegan las entidades y los partidos su rol en la concentración. Las primeras, a la hora de poner en marcha toda su maquinaria para conseguir una movilización que sea importante. Las fuerzas políticas, con la presencia de sus dirigentes más significativos. No es lo mismo que estén Laura Borràs, Jordi Turull y el resto de la ejecutiva de Junts como que que no lo estén. De la misma manera que, ausente el president y el Govern, no es lo mismo que la delegación de Esquerra Republicana la encabece Oriol Junqueras que un dirigente de segundo nivel. Ahí se medirá también la voluntad política de estar en la manifestación o de salvar como se pueda el expediente.