Con una ceremonia austera, a lo que contribuía la remodelación del Saló de Sant Jordi, después de 16 meses de trabajo para volver al aspecto renacentista inicial, Salvador Illa ha tomado posesión de la presidencia de la Generalitat. Poco antes de las 14 horas, Pere Aragonès abandonaba el Palau y se ponía punto y final a una etapa fugaz de Esquerra Republicana al frente de la primera institución de Catalunya. Algo más de tres años, la mitad gobernando en solitario, con el viento económico a favor, algo que siempre desea cualquiera, no ha sido suficiente para anclar un proyecto político sólido, creíble y serio. Aunque estos días todos son elogios por el tiempo pasado, las urnas del pasado mes de mayo dieron el valor justo al proyecto comandado por Aragonès y Laura Vilagrà en el Govern, y por Marta Rovira en el partido.
Empieza la era Illa y, aunque es cierto que solo cuenta inicialmente con 42 diputados, los del PSC, ya que formalmente tanto Esquerra como los comunes han dado los votos para la investidura y no para la legislatura, esta minoría parlamentaria va a pasar muchas menos dificultades de lo que hoy se puede prever. Si no, al tiempo. El nuevo president es mucho más rocoso de lo que sus adversarios se piensan, conoce el poder y sus entresijos de primera mano, tiene la agenda para pedir ayuda cuando sea necesario —nunca se habían visto cinco ministros en la toma de posesión de un president de la Generalitat, dos como mucho en la de José Montilla— y posee la determinación suficiente para no tropezar a las primeras de cambio. Se equivocarán los que le ninguneen y se queden en la anécdota sobre si es más o menos divertido.
También habrá que ver si Junts per Catalunya, que es el principal partido de la oposición, es capaz de dar en la tecla para que su proyecto político supere el actual perímetro (insuficiente) de 35 diputados en el Parlament, 7 en el Congreso de los Diputados (estos sí que son muy decisivos), y por delante, un trayecto por el desierto, sin prácticamente poder institucional alguno. No es la primera vez que le sucede, pero agosto debe ser un buen mes para definir una estrategia que les permita ser primera fuerza política, una situación que no alcanzan desde las elecciones de noviembre de 2012. Solo así podrá aspirar a gobernar, aunque con todos los puentes rotos con otras formaciones, como le sucede actualmente, igual tampoco sería suficiente y una nueva operación Collboni no sería imposible.
Se equivocarán los que ninguneen a Salvador Illa y se queden en la anécdota sobre si es más o menos divertido
Aunque la situación electoral es peor para Esquerra Republicana, la investidura que han facilitado a Salvador Illa le va a acabar dando más pronto que tarde entrada en el Ayuntamiento de Barcelona y, a medio plazo, en la Generalitat. Corre el riesgo de que sea pan para hoy y hambre para mañana, pero ocupada la oposición por la formación de Puigdemont, no le va a tocar otro camino. A ello ha jugado sin pudor alguno Marta Rovira, cerrando una investidura de Illa que solo así se comprende. Por cierto, llamó mucho la atención la ausencia de algún dirigente del partido en la ceremonia de toma de posesión del nuevo president, más allá de la lógica representación de los consellers del Govern. Será por incomodidad o por enfado, pero no dejaba de ser llamativa y comentada.
Un último apunte del estilo Illa. El nombramiento de Albert Dalmau, gerente del Ayuntamiento de Barcelona con tan solo 33 años y que en solo un año se ha hecho con la compleja maquinaria municipal, como nuevo conseller de Presidència, una pieza clave en cualquier gobierno, y el de Alícia Romero como consellera de Economia, su mano derecha estos años en el Parlament, es una combinación de formación técnica y experiencia contrastada. Algo que se ha echado en falta en este último Govern, en que en áreas importantes, como estas dos, no se daban estas dos condiciones. Un requisito imprescindible para dar solidez al ejecutivo, y así le fue.