Inés Arrimadas ha anunciado este jueves que se iba a su casa. Abandonaba, total o parcialmente, su carrera política. Lo hace después del último fracaso electoral de Ciudadanos que se ha quedado sin representación en la mayoría de ayuntamientos españoles y catalanes, así como en las autonomías que escogieron también sus parlamentos el pasado domingo. Si su antecesor, Albert Rivera, lo llevó a la irrelevancia en 2019 tras el hundimiento en las urnas del partido que él había contribuido a formar en Catalunya, Arrimadas lo ha conducido directamente a la desaparición, ya que no concurrirá a las próximas elecciones españolas que ha convocado Pedro Sánchez para el próximo 23 de julio.
El tándem Rivera-Arrimadas ha sido la burbuja política más engordada desde la transición política, llegando incluso a ser una fuerza en competición con los dos grandes partidos españoles, el PSOE y el Partido Popular. Era una organización sin estructura, sin proyecto político y sin cuadros territoriales, que se basaba solo en su odio a todo lo catalán, empezando por su lengua y todo que le hiciera reconocible como una nación. Fue siempre una bandera desnortada que pasaba por ser una ideología liberal cuando su encaje razonable, el real, estaba a la derecha del Partido Popular. No hubieran tenido recorrido alguno si no hubieran servido a los deseos de un determinado establishment que siempre ha disfrutado con ridiculizar todo lo catalán, aquí y en Madrid. Planeta fue su primera y gran ventana mediática, con su televisión, radio y prensa, y detrás vinieron Tele 5, la Cope y no solo medios de derechas, ya que durante un tiempo el conglomerado de los medios de Prisa también alimentaron a Ciudadanos. Para todos ellos, Rivera y Arrimadas eran el ejemplo de lo que el Partido Popular no había hecho durante años en Catalunya. Incluso los periodistas de La Vanguardia hacían libros sobre Ribera y su aventura política: Ciudadanos a la conquista de España.
Pero la magia se rompió en 2019 cuando apostó todo o nada, ya que Rivera no se conformaba como Pablo Iglesias con la vicepresidencia, sino que quería ser el inquilino de la Moncloa. Y fracasó de una forma estrepitosa. Desde la antipolítica y con la bandera de la crispación como única manera de hacer política había hecho su servicio, pero ya era un estorbo. Desde entonces solo ha sido una caída en picado elección tras elección. Lejos quedan aquellas mieles de diciembre de 2017 en que fue primera fuerza política en Catalunya después de la liquidación del Govern por parte de Mariano Rajoy y el exilio y la prisión de los que conformaban el ejecutivo catalán. Rivera y Arrimadas ya no están en la política, en cambio, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras sí. Algo querrá decir sobre cómo han resistido unos y otros y la recompensa electoral que han recibido.
Vale la pena hoy echar una mirada a la última jornada parlamentaria de Arrimadas en la cámara catalana y su duelo dialéctico con el entonces president Quim Torra en la sesión de control parlamentario. Un Torra especialmente lúcido después de guardar unos segundos de silencio le dijo: "¿Oye usted el silencio? Es lo que queda de su paso por el Parlament. La nada". Arrimadas se revolvió en su asiento, gesticulando como siempre hace mirando de captar las instantáneas de los gráficos y unos segundos de televisión. Pero lo cierto es que a Arrimadas le queda la nada, el vacío. Aunque a los demás nos quede una Catalunya mucho más fracturada y una lengua que ella ha contribuido a judicializar y que costará años, si se logra, volver a situar antes de que ella aterrizara en la vida pública. Buen viaje.