En plena desbandada de dirigentes y cuadros de Ciudadanos, su principal referente, Inés Arrimadas, acaba de anunciar una nueva cabriola política y propondrá a la militancia dejar la presidencia del partido y mantener sus opciones como cabeza de cartel en las próximas elecciones españolas. Dice Arrimadas que la formación naranja debe caminar hacia una bicefalia copiando el modelo del PNV en que convergen dos figuras al máximo nivel, ya que el responsable del partido no es nunca el cartel electoral. Se le olvida decir que el PNV es un partido de gobierno, mientras que Ciudadanos es un partido en liquidación y que, si no hay espacio para un dirigente político, menos lo habrá para dos. Esta artimaña que pretende llevar a cabo solo es una manera de tratar de recomponer a un partido que ha caído en el descrédito y se ha hecho del todo prescindible.
El españolismo político hace tiempo que amortizó a Ciudadanos. Cumplida la función que se le encargó, y que no era otra que hacer de cuña en Catalunya en temas sensibles como la lengua y provocar una explosión del modelo educativo y de la inmersión lingüística, ha dejado de ser útil para aquellos que le protegieron y que le compensaron con ayudas diversas y con tiempo ilimitado en las televisiones españolas. Albert Rivera tuvo su oportunidad y la desaprovechó al no saber leer que su papel era el de un partido bisagra, no el de sustituir a uno de los dos grandes. Con Arrimadas, el buque naranja ha tenido fugas de agua por todos sitios y la cosa no ha hecho que ir de mal en peor. Hoy sus diputados languidecen en el Congreso, son irrelevantes en el Parlament, han desaparecido en las dos últimas elecciones autonómicas realizadas en Madrid y Andalucía y su horizonte electoral en las municipales es inexistente.
Rivera y Arrimadas han hecho bueno aquello de que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Hoy, no solo son innecesarios sino molestos tanto para PP como para Vox. Los primeros necesitan acabar de comerse una parte importante del electorado naranja en buena parte de España. Cosa diferente es en Catalunya, donde el PSC está en condiciones de disputarle una franja importante, sobre todo en la conurbación de Barcelona en las municipales. La cruda realidad para Cs es que aunque su política siempre ha pretendido tener una apariencia de formación liberal por sus alianzas en Europa, ha sido perfectamente equiparable con la del PP, tanto con Rajoy primero como ahora con Feijóo, e incluso a veces con la de Vox en muchas de sus iniciativas. Por eso se ha hecho intrascendente políticamente e irrelevante para los medios de comunicación estatales: su trabajo ya lo hacen otros y su presencia solo puede contribuir a dividir el voto de la derecha extrema y que, de rebote, Pedro Sánchez salga beneficiado.
Por eso se ha quedado sin espacio y también por eso en Catalunya, donde se hizo fuerte inicialmente, su final no va a ser otro que el de la desaparición. No se trata de buscar nuevas fórmulas políticas, ni de copiar modelos existentes en otros sitios. Su tiempo ha pasado y la confrontación política como bandera, una manera de hacer basada en el insulto y el odio, les ha acabado pasando factura, sacándolos del cuadrilátero político y desplazándolos a la irrelevancia. La mercadotecnia política permite siempre nuevos pases de los actores caducados, pero Ciudadanos ya no está en condiciones de seguir alimentando la división en la sociedad catalana y de propagar mentiras sobre una falsa Catalunya como ha hecho durante casi 20 años con todos los altavoces mediáticos posibles a su servicio. Y eso, se mire por donde se mire, es una buena noticia.