Desde siempre, una manera de atacar a Catalunya ha sido ir contra su lengua. Se ha hecho en todas las circunstancias políticas desde hace siglos: con monarquía, con dictadura, con república y con democracia. Recuerdo que al principio de la llamada transición política, Adolfo Suárez, un hábil pero inculto presidente del gobierno, declaraba en agosto de 1976 a la revista francesa Paris-Match ante la posibilidad de un bachillerato en lengua catalana: "Encuéntreme usted antes profesores que puedan enseñar química nuclear en catalán. Seamos serios". Se estaba saliendo del largo túnel del franquismo y esa era la posición arrogante del Gobierno español. No pasarían más de dos años que un ejecutivo español presidido por el mismo Suárez transferiría las competencias en Educación a la Generalitat y las clases se empezarían a dar en catalán.
Sirva este ejemplo, uno más en un océano repleto de casos similares, para comprobar cuál ha sido la actitud con el catalán. Menosprecio a veces, ataques y críticas en otras ocasiones. Siempre con el objetivo de disminuir el papel de la lengua catalana en la educación, pero también en la sociedad. Esta semana hemos tenido dos ejemplos muy dispares, pero que en el fondo no es otra cosa, de esta actitud altiva, chulesca y prepotente hacia todo lo que sea dar una primacía a la lengua propia del país.
La eurodiputada del Partido Popular Dolors Montserrat, que encabeza el grupo de la formación de Núñez Feijóo en el Parlamento Europeo, ha tratado de convertir en un circo anticatalán una comisión de la Eurocámara que presidía. Así, el Comité de Peticiones dio barra libre a la derecha reaccionaria y a la asociación Asamblea por una Escuela Bilingüe para que sirviera de altavoz contra la inmersión lingüística: Un modelo que debía ser analizado por un comité tan amplio ideológicamente que tres miembros fueron designados por el PP y uno por Vox. Es un paso previo a la misión del Europarlamento que se enviará a Catalunya en el segundo semestre del año y que evaluará la situación del castellano en las aulas.
El segundo ejemplo ha sido el vídeo que se ha difundido profusamente por TikTok de una enfermera de Cádiz explicando que no pensaba sacarse el C1 de catalán para opositar en Catalunya. El vídeo se hizo viral, se refería a C1 como "el puto C1" y su tono era de evidente menosprecio. La Generalitat ha anunciado que le abriría expediente, ella ha cerrado su cuenta en las redes sociales y su actitud ha encontrado, como casi siempre, un amplio apoyo en Madrid, en los medios de comunicación y en la derecha extrema con sus radiales en Catalunya. Dolors Montserrat y la enfermera persiguen lo mismo: que el catalán sea una lengua de segunda. ¿Para qué atender a la gente en su lengua propia si se puede hacer en castellano? Esta intolerancia no es nueva, pero se le debe dar respuesta y no mirar hacia otro lado.