Todo apunta a que un golpe de suerte ha causado que a estas horas estemos hablando de un atentado contra Donald Trump con heridas leves durante un mitin en Pensilvania y no de un asesinato de un candidato a las elecciones del mes de noviembre y, además, expresidente del país. Aunque hay muchas dudas sobre el atentado, la primera de ellas, cómo se pudo producir desde tan corta distancia, es bastante evidente por la reconstrucción que se ha podido hacer. El disparo en la oreja de Trump fue a partes iguales el resultado entre un fallo del tirador y un súbito movimiento de cabeza que hizo que no le diera donde, seguramente, hubiera acabado con su vida, pues habría penetrado en la parte posterior de su cabeza.

En un país en el que cuatro presidentes han sido asesinados a lo largo de su historia —Abraham Lincoln (1865), James A. Garfield (1881), William McKinley (1901) y John F. Kennedy (1963)— y otros tres han sido heridos en diferentes intentos de magnicidio —Theodore Roosevelt (1912), Ronald Reagan (1981) y este 13 de julio de 2024 Donald Trump—, es evidente que el magnicidio no podrá escapar al debate de la conspiración. La primera decisión de mantener la nominación de Trump esta próxima semana en la convención republicana, que se celebra desde este lunes hasta el jueves en Milwaukee, con el país en un estado de shock que supera claramente la fractura existente y la polarización rampante, va a ofrecer una idea de falsa normalidad unida a la creciente preocupación por la seguridad que sin duda se va a producir a partir de ahora.

La imagen de héroe que ha salido ileso de un atentado, sin duda, supondrá un empuje a su candidatura

La cadena de fallos de seguridad del servicio secreto, permitiendo que un joven pistolero —que resultó abatido— pudiera disparar a una distancia de 150 metros, cuestiona, nuevamente, todos los protocolos de seguridad. No es la primera vez que pasa y no por ello deja de ser sorprendente. Políticamente hablando, la rápida reacción de Trump y la energía demostrada después del atentado, unidas a una capacidad para dejar siempre una acción que contradiga su edad y que, además, ensanche la percepción de que, aunque se lleva pocos años con Biden, la diferencia entre sus estados físicos es abismal, va a darle una posición aún más sólida en la preferencia de los estadounidenses para ser el próximo presidente.

Además, está la imagen de héroe que ha salido ileso de un atentado que, sin duda, supondrá un empuje a su candidatura. Basta con volver la vista atrás a lo que sucedió con el atentado de Reagan para hacerse una idea de cómo cambia la imagen de un presidente —en este caso expresidente, pero con toda la cápsula de seguridad de la que siguen gozando los inquilinos de la Casa Blanca cuando dejan el cargo— gana popularidad y rol presidencial en estas situaciones. Una última reflexión: es posible que, sin la polarización actual, el atentado se hubiera producido igualmente. Pero es evidente que la posición de los extremos políticos acaba siendo un caldo de cultivo para que estas situaciones de violencia encuentren su acomodo en una crispación que nunca suele acabar bien.