Nuevo aviso de la ultraderecha, esta vez en Austria. El Partido de la Libertad (FPÖ) se ha alzado con la victoria por primera vez en la historia desde la Segunda Guerra Mundial y ha dejado atrás a los conservadores del Partido Popular (ÖVP) y del Partido Socialdemócrata (SPÖ) siguiendo la alarmante estela de otros países europeos. Es muy probable que no pueda gobernar, ya que previamente todos los partidos necesarios para lograr una mayoría parlamentaria en la Cámara baja habían rechazado públicamente una alianza política que dejara en manos del FPÖ el Ejecutivo austríaco, pero el casi 30% de votos conseguido le darán fuerza suficiente en el parlamento y la capacidad para reivindicar su victoria en las urnas.

Las elecciones austríacas vienen a recoger el creciente apoyo popular a los partidos de extrema derecha en Europa, alimentado por la gradual preocupación y la manipulación de dichas formaciones con la inmigración. El ganador de los comicios y líder del FPÖ, Herbert Kickl, que mejoraría su resultado de hace cuatro años en más de 13 puntos, ha basado su campaña electoral preferentemente sobre esta cuestión —también la inflación y la guerra en Ucrania— y ha prometido convertir Austria en una fortaleza contra los inmigrantes, aunque para ello tengan que eliminarse derechos vigentes de los ciudadanos extranjeros o incumplir leyes internacionales. El mensaje ha cuajado, evidentemente, e incluso ha logrado superar el resultado de hace unos meses en las elecciones europeas en alrededor de cuatro puntos.

Las recetas usadas hasta la fecha parecen estar desfasadas y la única manera de detener el ascenso de los partidos xenófobos y racistas es replantear muchas de las respuestas dadas hasta la fecha

¿Qué es y qué piensa el FPÖ? Fundado en los años 50 por exoficiales nazis, se presenta como una formación de patriotas que rechaza la inmigración y dice defender las tradiciones y la identidad germana. Fue a partir de los años 90 cuando viró sin matiz alguno hacia planteamientos claramente xenófobos y actualmente asume el controvertido concepto de la remigración, una idea promocionada por el extremista Movimiento Identitario —originario de Francia y presente en Europa y Norteamérica—, una ideología etnonacionalista que aboga claramente porque los ciudadanos de origen no europeo sean expulsados a sus países para asegurar la homogeneidad racial y cultural de Europa.

En los últimos años, Europa ha recibido varios avisos del auge electoral de la extrema derecha sin que los partidos de corte tradicional hayan sabido hacerle frente con un discurso ilusionante para sus ciudadanos. En las elecciones europeas del pasado mes de junio, la ultraderecha logró la primera posición en Bélgica, Austria, Italia y Francia y fue segunda en Países Bajos, Alemania y Polonia. Si no fuera por su división en la Eurocámara alcanzarían la segunda posición tras el Partido Popular Europeo ante el desplome de la socialdemocracia. Un caso paradigmático de la influencia de la ultraderecha, aunque no gobierne, es Francia, donde el presidente Emmanuel Macron dio el gobierno a la derecha, aunque no ganó, y rechazó nombrar un primer ministro de izquierdas, pese a ganar las legislativas. El resultado ha sido sorprendente, ya que Marine Le Pen tiene la llave de la gobernación en Francia, aunque su partido no está en el Ejecutivo. En cambio, el ganador Nuevo Frente Popular está en la oposición. Todo ello cuestiona, claro está, el cordón sanitario a Le Pen y Agrupación Nacional.

Es urgente que no solo haya estrategia para desplazar a la ultraderecha de los gobiernos, sino una respuesta efectiva a los nuevos problemas que cada vez preocupan más a la sociedad. Las recetas usadas hasta la fecha parecen estar desfasadas y la única manera de detener el ascenso de los partidos xenófobos y racistas es replantear muchas de las respuestas dadas hasta la fecha. Eso, antes de que sea demasiado tarde.