La renuncia de Íñigo Errejón a su escaño de diputado y su decisión de abandonar la política, una vez han salido a la luz pública comprometidas acusaciones de violencia machista, no debe tapar la gravedad de los hechos y la omertá que se ha producido tanto en su formación política, Sumar, como en aquella izquierda mediática donde, ahora sabemos, el caso era conocido desde hace mucho tiempo. Expresiones que se están produciendo estas últimas horas, como que "lo sabía todo el mundo" o que "era vox populi en Lavapiés o Malasaña", dos de los barrios más populares de Madrid por su oferta de ocio nocturno, causan estupor y arrojan dudas que van más allá de Errejón. Hay que ser claros: Errejón no se va arrepentido, que tampoco sería una excusa, sino porque ha sido denunciado y el escándalo era imparable. Es tan evidente que la marmita de la vergüenza no podía encubrir nada más, que a partir de ahora lo que iremos asistiendo será a una continua aparición de mujeres que se sentirán liberadas para denunciar que habían sido víctimas de sus prácticas.  La actriz y presentadora Elisa Mouliaá ha sido la primera persona en salir del anonimato a través de las redes sociales y anunciar que se dirigía a la comisaría para interponer la correspondiente denuncia contra Errejón.

Si sorprendente ha sido la noticia vista desde Barcelona, la manera como Errejón lo ha hecho público, a través de una carta en su cuenta de X, está en línea de cómo hoy quieren explicar las cosas los que no pueden pasar el filtro de una explicación directa. La misiva es indecente por lo que dice, por lo que da a entender y por cómo intenta buscar una justificación. El nuevo discurso que se está instaurando en estas situaciones, especialmente entre hombres de izquierda, es decir, los que no pueden pagar para que las víctimas callen, a diferencia de magnates o poderosos de derechas, es hacerse ellos las víctimas. Decir que lo pasan muy mal e incluso que necesitan ayuda profesional y que les afecta la salud. Pedir perdón. Especialmente, si tiene que haber proceso judicial, porque esto sirve de eximente y porque además la idea que subyace es que ya muestran así su arrepentimiento. ¿Qué se espera que signifique este perdón? Que no tengan que asumir las consecuencias de lo que han hecho, y así, otra vez, obligar a la mujer o ponerla en la tesitura de que ella sea magnánima y comprensiva respecto del hombre. En definitiva, otra vez que las mujeres están al servicio de los hombres.

Errejón no se va arrepentido, que tampoco sería una excusa, sino porque ha sido denunciado y el escándalo era imparable

El tercer punto, y no menos grave, es qué han hecho el partido y sus compañeros y compañeras que lo sabían. No solo porque predican lo contrario, sino porque es encubrimiento de delito o delitos y no lo han denunciado o ayudado a la víctima a hacerlo.  El primer comunicado de Sumar, en el que anunciaba que estaba investigando las acusaciones después de las informaciones aparecidas esta semana y que había iniciado un proceso para recabar información, tuvo que ser abruptamente corregido horas después. La vicepresidenta Yolanda Díaz tuvo que salir a aplacar el incendio que se había generado y entonces el discurso ya era que Errejón dimitía por el proceso interno puesto en marcha por Sumar. El relato al vendaval se iba construyendo sobre la marcha entre movimientos zafios y un enorme interés de la progresía mediática madrileña, con titulares que tendían a proteger a Errejón o a centrar la noticia en que abandonaba la política. Como mucho, en dar relevancia a la frase de su carta de que había llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. O sea, ir de feminista de boquilla y hacer justamente todo lo contrario.

Veremos cómo evoluciona la onda expansiva y las repercusiones para Sumar, una formación en proceso decreciente desde hace tiempo, y que no ha conseguido acabar con Podemos, que ante estos episodios renace, sin duda, de sus cenizas. Desde espacios no alejados a Iglesias, ya se piden nuevas dimisiones de la formación de Errejón, con la mirada puesta en una colaboradora suya que habría intercedido ante una mujer agredida para que no lo denunciara. El premio habría sido un acta de diputada en la Asamblea de Madrid. La experiencia enseña que cuando se abre la espita, el muro de silencio que protegía a una determinada figura pública se desmorona muy deprisa y las máscaras utilizadas dejan de servir de protección.