El president Pere Aragonès ha llevado a cabo la segunda remodelación de su Govern, la primera desde que Junts per Catalunya abandonó el ejecutivo el pasado mes de octubre después de una sorprendente decisión de las bases del partido que aún escuece en muchas instancias de la organización. Si en aquella ocasión, el 7 de octubre pasado, la retirada de Junts comportó la salida del vicepresident Jordi Puigneró y de los consellers Jaume Giró, Victòria Alsina, Gemma Geis, Josep Maria Argimon, Lourdes Ciuró y Violant Cervera y su sustitución por consellers exclusivamente propuestos por Esquerra, en esta ocasión los ceses practicados por Aragonès abarcan exclusivamente a dirigentes republicanos. Se puede decir que son, sobre todo, consecuencia de una pérdida de confianza del president en sus consellers dimitidos o bien de un desgaste en sus respectivas carteras. El hecho de que se produzcan tras los malos resultados de Esquerra en las municipales permite pensar que el president reajusta el Govern con la idea de taponar las vías de agua existentes y hacer frente primero a las inmediatas elecciones españolas del 23-J y, en segundo lugar, a la segunda parte de la legislatura catalana.
Los tres consellers relevados por Aragonès —Juli Fernàndez (Territori), Josep González Cambray (Educació) y Teresa Jordà (Acció Climàtica)— dejan el ejecutivo por razones diferentes, pero en ninguno de los tres casos su salida ha acabado siendo una sorpresa. No obstante, llama la atención el caso de Fernàndez, el exalcalde de Sabadell, que ha ocupado el cargo durante tan solo 234 días, algo menos de ocho meses. Su breve paso por el departamento será recordado por haber tenido que lidiar con un auténtico marrón, como es la aceptación de la construcción del Cuarto Cinturón —conocido también como el cinturón del Vallès— por parte de Esquerra para conseguir los votos del PSC para sacar adelante los presupuestos de la Generalitat. Un acuerdo de digestión nada agradable para quien se había manifestado en la calle en contra de su construcción, fue uno de sus máximos opositores y se puso siempre detrás de las pancartas. Fernàndez lo aceptó con disciplina que no con entusiasmo y seguramente de ahí su brevedad en el cargo.
En el caso de González Cambray lo extraño es que haya aguantado en el cargo algo más de dos años después de que su departamento fuera desde hace mucho tiempo un auténtico polvorín y estuviera enfrentado con todos los agentes del sector educativo. Gestionó mal y sin diálogo un cambio tan importante como el del calendario de inicio de curso y su sustituta Anna Simó heredará una patata caliente como es que los docentes interinos tienen en agenda una huelga indefinida. Fruto de esta situación de conflicto permanente, en Educació las huelgas han estado a la orden del día, el significativo crecimiento en el presupuesto del departamento, que ha pasado de 6.150 millones de euros a 6.825 (el 11%), fundamentalmente para la contratación de maestros, ha quedado engullido en medio de las polémicas varias y que se iban sucediendo una tras otra.
La tercera baja es la de la consellera Teresa Jordà, que, en este caso, ha sido presentada a la opinión pública de manera mucho más amable por su incorporación a la lista de Esquerra Republicana al Congreso de los Diputados, donde ya estuvo entre 2011 y 2018, para hacer tándem con Gabriel Rufián. No se sabrá qué es primero, si el huevo o la gallina, pero en los planes de Jordà de hace unas semanas no estaba dejar el Govern. La tremenda sequía que asola Catalunya y la polémica sobre la ausencia de inversiones y la falta de ayudas a los payeses —con polémicas sobre todo en las comarcas de Lleida— ha sido su último caballo de batalla al frente del departamento.
Si entre los cesados no hay grandes sorpresas, el president Aragonès ha escogido como sustitutos, al menos en los dos casos más conocidos, Anna Simó (Educació) y Ester Capella (Territori) perfiles marcadamente políticos, acostumbrados a negociar, una condición imprescindible teniendo en cuenta la falta de apoyos estables del Govern. Es especialmente significativo en el caso de Simó, que tendrá que pacificar un departamento que conoce bien y en constante ebullición en los últimos años, primero con Josep Bargalló entre 2018 y 2021 y estos últimos dos años con el polémico Cambray.