Es obvio que estamos en una campaña electoral en Catalunya congelada desde que, el pasado miércoles, Pedro Sánchez nos anunciara urbi et orbi que se encerraba en el Palacio de la Moncloa, durante cinco días, a reflexionar sobre si iba o no a presentar su renuncia como presidente del Gobierno. Pasan cosas cada día, claro. Y hay un vivo debate en los actos públicos sobre lo que es el punto esencial de unas elecciones nacionales: una mayoría independentista o, por el contrario, un gobierno alrededor del PSC y su candidato, Salvador Illa.

Este debate, que es el que tratan de imponer, con más o menos acierto, tanto Junts per Catalunya como Esquerra Republicana queda, lógicamente, limitado por el vendaval Sánchez y el espectáculo que ha sabido montar a su alrededor la maquinaria del PSOE. Las escenas de este sábado alrededor de la sede de la calle Ferraz después del órdago de Pedro Sánchez y la participación de algunos/as de sus dirigentes son igual de extravagantes que la desconexión voluntaria de un primer ministro que se dice sobrepasado por los ataques que la familia Sánchez-Gómez está recibiendo.

En esta mezcolanza que se ha producido, a partir de la querella presentada por el sindicato Manos Limpias, que no hubiera tenido que ser admitida con unos simples recortes de periódico, plantea un primer dilema que en Catalunya conocemos bastante bien. ¿Pero no era España una democracia plena? Se nos ha dicho por activa y por pasiva cada vez que desde el independentismo lo cuestionaba a partir de alguna de las tropelías judiciales que se han llevado a cabo y se decía, machaconamente, que España era una democracia plena. No tiene por qué preocuparse, entonces, el presidente del Gobierno: el buen hacer de los tribunales y, por su cargo, del Tribunal Supremo, impartirá una justicia justa.

Los comicios no van de Pedro Sánchez ni de cerrar el paso a la derecha; van del grado de libertad nacional que quiere Catalunya y de cómo se defiende mejor la existencia de un poder catalán

¿O, quizás, los límites de una democracia plena no coinciden con los del régimen del 78? ¿No será que la amnistía, exigida desde Catalunya, ha hecho temblar los cimientos y no va a ser efectiva ni por lo civil, ni por lo militar? Por eso, también, es importante conservar una mayoría independentista que preserve lo que con tanto esfuerzo y sacrificio se consiguió. Porque una Catalunya que no tire de la amnistía, que pueda revertir la represión judicial y política por los hechos del procés y del 1 de octubre y que sitúe a los represores como lo que realmente son está también en juego en las elecciones del 12 de mayo.

Los comicios no van de Pedro Sánchez ni de cerrar el paso a la derecha. Van, sobre todo, del grado de libertad nacional que quiere Catalunya y de cómo se defiende mejor la existencia de un poder catalán. La única manera de que los catalanes podamos disponer de todo aquello que es nuestro y defenderlo frente a un estado que fagocita los recursos que el país necesita para alzar el vuelo y competir en igualdad de condiciones. Por eso, la campaña congelada es, sobre todo, un mal negocio para los catalanes.