La confirmación de que una o varias personas de Esquerra Republicana estaban detrás de unos carteles denigrantes contra Ernest Maragall, su hermano Pasqual y la enfermedad del Alzheimer que padece, ha provocado una auténtica ola de indignación que va muy por delante de la respuesta que hasta la fecha se ha ofrecido desde el partido. Es normal que sea así por varios motivos: en primer lugar, porque es del todo inconcebible que en el fragor de una campaña electoral se decida desde una organización política que la mejor manera de entrar en una campaña en la que juegas un papel subalterno —recordemos que las municipales de mayo de 2023 eran una cosa entre Xavier Trias, Ada Colau y Jaume Collboni— es utilizar una enfermedad como el Alzheimer para ganar protagonismo. Es mezquino, inhumano y desalmado.

Dada la gravedad del tema y teniendo en cuenta que las conclusiones que se acaben decidiendo por parte de la dirección de Esquerra pueden esperar unos pocos días, es muy importante tener la seguridad que el tiempo que se necesita para cerrar una investigación seria y profunda de lo que ha sucedido en el partido se utiliza para eso y no para levantar cortinas de humo que impidan aclarar la verdad. El principal damnificado, Ernest Maragall, en su nombre y en el de la familia, ha expresado su vergüenza y horror por los hechos, se ha referido a la responsabilidad de Esquerra en todo el affaire, y ha pedido a su partido no cerrar en falso la investigación interna y adoptar las medidas adecuadas para determinar eventuales responsabilidades, una situación que deberá resolverse en el comité de ética del partido.

Maragall da un paso más y pone nombres y apellidos, con la información que se le ha facilitado desde Esquerra, de los carteles difamatorios y apunta directamente al director de comunicación del partido, Tolo Moya. No queda aquí la cosa, ya que el denunciado, lejos de asumir en primera persona la acusación y estar dispuesto a cargar con el marrón de una acusación así, ha denunciado públicamente que demostrará quién es el ideólogo de los carteles —supongo que cuenta con una profusa documentación y que una parte ya debe haberla puesto en circulación— y, además, ha hecho aún más grande la pelota del tema de los carteles hablando sin ambages de una trama en el interior de la organización —estaríamos hablando, según Tolo Moya, de una estructura paralela— que ha actuado en muchos más casos que nada tienen que ver con el asunto de los carteles de Maragall.

De todos los asuntos más o menos turbios que pueden emerger de una organización política, difícilmente hay alguno de tan desagradable e inhumano como el de la utilización de un caso como el Alzheimer

Un par de reflexiones. De todos los asuntos más o menos turbios que pueden emerger de una organización política, difícilmente hay alguno de tan desagradable e inhumano como el de la utilización de un caso como el Alzheimer. Guste o no, la sociedad se ha ido inoculando sobre asuntos de corrupción política, claramente dañinos contra el sistema de partidos y el orden democrático. Lamentablemente, ya no tienen ni el impacto, ni el castigo social de hace 20 o 30 años. El caso del Alzheimer es diferente y acaba teniendo un recorrido social mucho más importante que el de los partidos y los medios de comunicación. ¿Quién no tiene en su entorno un familiar o un conocido por el que siente afecto, aprecio o simpatía con una enfermedad tan traumática? 

En segundo lugar, en medio de las dificultades, cuesta más, sin duda, encontrar el camino. En parte, porque todo va cuesta arriba. No por ello hay atajos que la gente pueda llegar a comprender, sino que se aborda el problema en profundidad y, como dice Maragall, se depuran las responsabilidades. No solo las estéticas sino también las éticas. Las que acaban definiendo unos valores y una manera de hacer.