Aunque Cassius Clay será recordado, por la gran mayoría, como un boxeador inigualable capaz de moverse en el cuadrilátero con enorme rapidez, de ahí una de sus frases más famosas, "floto como una mariposa y pico como una abeja", seguramente su leyenda no hubiera adquirido la fama planetaria de la que ha gozado si a su faceta deportiva no se hubiera añadido su contribución a la defensa de los derechos civiles en Estados Unidos. Medallista olímpico y campeón del mundo en varias ocasiones de un deporte que muchos consideran una barbarie y que en los años sesenta, cuando en España sólo había una televisión, TV1, era capaz de situar a altas horas de la madrugada a millones de espectadores ante el televisor para presenciar un combate suyo, un hito sólo al alcance de la llegada del Apollo XI a la luna o de la final de Copa Davis en Australia con Manolo Santana y Joan Gisbert.

Sin embargo, Clay, uno de los mejores deportistas del siglo XX, se transformó en Muhammad Ali tras uno de sus combates con el legendario Sonny Liston. De la mano de Malcolm X, se convirtió al islam, se declaró objetor de conciencia en la guerra de Vietnam en 1967, lo que causó un gran trauma en un sector de la sociedad norteamericana. Tendrían que pasar casi 40 años, hasta el 2005, para recibir la medalla presidencial de la libertad. Durante estas décadas, Ali se apuntó a numerosas causas por los derechos civiles, y aunque un Párkinson le restringió enormemente la actividad, su fama no hizo más que crecer y crecer. No es extraño que Obama destacara en su obituario que el mundo era mejor gracias a él.

Nació boxeador y murió como un icono en defensa de la igualdad y en contra del establishment blanco del momento. Renunció a todo para defender sus ideas políticas, y aunque fue condenado a cinco años de cárcel no llegó a entrar en prisión. Una vida entera abriendo camino y, como dijo una vez, dejando de lado discusiones mezquinas que impidieran siempre ir hacia adelante. No era una frase mezquina. Ni allá, ni aquí.