Reconozco que la investidura de Pedro Sánchez como candidato a la presidencia del Gobierno es la más anómala de la corta historia de la democracia en España. Un candidato perdedor de las elecciones el pasado 23 de julio flirtea con diferentes partidos que no acaban de dar su apoyo, a la espera de lo que acabe haciendo la piedra angular de este frágil castillo de naipes, que, por ahora, se aguanta sin caerse porque el president en el exilio Carles Puigdemont no ha posicionado a sus siete diputados en el Congreso de los Diputados en el no. Es más, las negociaciones, con sus lógicas turbulencias, siguen encarriladas y pese al secretismo existente, existe la impresión de que, con un cierto retraso, ya que el calendario no perdona, avanzan al ritmo adecuado. La reunión de este martes de Sánchez con Aitor Esteban, el portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, dejó claramente esta sensación. Aquí nadie se va a posicionar de manera definitiva hasta el instante final, no sea el caso que, quien lo haga, se quede sin argumentos en una posible repetición electoral.

Aunque ya ha transcurrido casi un mes desde la reunión que en Waterloo mantuvieron Puigdemont y el secretario general de Junts, Jordi Turull, con el presidente del Euskadi Buru Batzar del PNV, Andoni Ortuzar, y el burukide responsable del área de organización del EBB, Joseba Aurrekoetxea, el pasado día 15 de septiembre, los nacionalistas vascos han recuperado una comunicación con el exilio independentista y también con Junts que perdieron en 2017 y que ahora han reforzado en un clima más que positivo. No tanto para planificar estrategias conjuntas como para intercambio de información, algo tan preciado en unas negociaciones tan discretas y en las que el PNV no tiene el principal papel, pero, en cambio, sí tiene intereses importantes. El primero de ellos, que no haya repetición electoral, ya que el peso de Bildu en la política vasca le debilita y también porque si en algo le beneficia la aritmética existente en el Congreso es que la pirámide de la investidura también necesita de los votos de los nacionalistas vascos, de la misma manera que, con las elecciones vascas a la vuelta de la esquina, los escaños socialistas valdrán su peso en oro en el próximo Parlamento de Vitoria.

Vamos a ir viendo desfilar en los próximos días por el despacho de Pedro Sánchez grupos parlamentarios que no le van a confirmar su voto y que van a mostrar una distancia más que razonable. Lo veremos con Gabriel Rufián de Esquerra Republicana, con Bildu quizás un poco menos y también con Míriam Nogueras de Junts per Catalunya. Quedan otros diputados y, como es normal, aquí nadie le va a dar nada gratis. Sánchez se limita a repetir un guion muy bien aprendido de que su investidura es posible y que está convencido de que la va a conseguir, en un gesto de optimismo muy superior al que vienen declarando públicamente sus interlocutores políticos. Por en medio, una encuesta publicada en el diario gubernamental El País alertaba a los socialistas de que una repetición electoral puede no irle tan bien al PSOE y dejar a un solo escaño de la mayoría absoluta a PP y Vox, una información que a buen seguro a más de un dirigente socialista debió hacer desistir de ir a unas nuevas elecciones el 14 de enero.

En cualquier caso, superado el escollo del 12 de octubre con el desfile militar y la clásica pitada que siempre recibe el presidente del Gobierno de las derechas extremas, y veremos si este año junto al socialista acaba recibiendo también alguien más, lo previsible es que por calendario no pasen muchos días sin que se imprima una marcha más a las negociaciones y ya queden listas carpetas como la de la amnistía, de la que en realidad se sabe poca cosa, por más que Sumar, la formación de Yolanda Díaz, intente sacar el cuello y presentar propuestas a la opinión pública. Da un poco la impresión que, para Sánchez, la negociación está siendo, si la trasladamos al mundo del ajedrez, como una partida de simultáneas en la que no puede perder ninguna. En todas tiene que ganar, entendiendo por ganar que no le falte ningún voto. Porque si hablamos realmente de victoria política, los triunfos no podrán ser suyos y el independentismo tendrá que poderlos lucir desacomplejadamente.