Ada Colau ha hecho público este lunes lo que era un secreto a voces: la política municipal le aburre si no manda y en próximo mes de octubre participará por última vez en un pleno municipal, al menos, en esta legislatura. Colau sigue un camino idéntico al de Ernest Maragall y Xavier Trias, que dejaron el consistorio el pasado diciembre y en el mes de julio respectivamente. Una circunstancia que propicia una situación inédita: el alcalde Jaume Collboni ha ido viendo como antes de llegar al ecuador de su mandato, que no será hasta el próximo mes de mayo, todos sus adversarios en las elecciones locales de 2023 o bien se jubilaban definitivamente, como es el caso de Maragall o Trias, o bien se apartaba de la primera línea política con la intención de volver, si se dan las circunstancias, en las municipales de 2027, que es el objetivo de Colau.

Por primera vez, Collboni puede pensar abiertamente en un gobierno municipal que desborde los diez concejales que tiene el PSC e intentar gobernar con mayor tranquilidad. Ernest Maragall era el obstáculo republicano para acercarse a los socialistas, de cuyas filas procedía. Con 81 años leyó a la perfección cuál era la situación real y dio paso a un relevo, ya que sus opciones de ser por tercera vez candidato eran inexistentes. Esquerra ya estuvo a punto de entrar antes del verano en el gobierno de la capital catalana, pero la oposición de Marta Rovira y Pere Aragonès lo frustraron. Ahora, están a la espera de que haya una segunda oportunidad y también de que los republicanos salgan del atolladero político en el que se encuentran, el goteo permanente de interioridades del partido y la utilización de campañas de falsa bandera por parte del núcleo dirigente actual.

Los socialistas saben que en muchos sectores empresariales de la ciudad, la incorporación de los comunes, aunque fuera sin la exalcaldesa, sería vista como algo innecesario y perjudicial para Barcelona.

En el caso de los comunes, Colau también era un obstáculo para un posible pacto, aunque la situación es mucho más compleja que en el caso de Esquerra. La permanencia de Colau suponía un no rotundo por parte de Collboni a una incorporación al equipo de gobierno. Sin Colau, la cosa se matiza, aunque tampoco hay entusiasmo por hacerles un hueco, que no podría ser menor, ya que, a la postre, tienen los mismos concejales que el PSC, o sea diez. Los socialistas también saben que en muchos sectores empresariales de la ciudad, la incorporación de los comunes, aunque fuera sin la exalcaldesa, sería vista como algo innecesario y perjudicial para Barcelona. La tensión vivida por muchos de ellos durante los ocho años en que Colau fue alcaldesa, aún está demasiado reciente para que no fuera un obstáculo. Sea como sea, en ambos casos, Esquerra y los comunes, la partida está en manos de Collboni y también del PSC, ya que una situación no muy diferente se produce en la Generalitat, donde son necesarios también sus votos para sacar adelante iniciativas parlamentarias.

Aunque Colau no ha desvelado nada concreto sobre su futuro político, sí ha señalado que su intención es vincularse a la fundación del partido para repensar las izquierdas y que ha tenido un gran desgaste personal. No tendrá el corsé del escrutinio de su política institucional en el ayuntamiento, podrá ser más selectiva con su protagonismo a todos los niveles de la política y dispondrá de tiempo para preparar, si quiere, un retorno a las municipales de 2027. Algo que, por otra parte, dan por seguro sus adversarios políticos, que consideran que no se resistirá a disputar la alcaldía a Collboni que, en principio, partirá con una posición de ventaja. Sobre todo, si Junts y Esquerra no son capaces de dar con la tecla que convierta sus respectivas candidaturas en una opción real de cambio, como hicieron Maragall en 2019 y Trias en 2023. Hoy ambos están lejos de eso y para ello no hace falta hacer muchas encuestas. Otra cosa es que en política las circunstancias son siempre variables y lo que hoy es de una manera, el tiempo puede acabar cambiándolo.