Aunque no deja de decir una y otra vez que él está retirado, que ya está muy viejo y que ahora es cosa de otros, al president Jordi Pujol hay que escucharle siempre. Mucho más en estos momentos en que el independentismo catalán está negociando la investidura de Pedro Sánchez y el espacio político en el que no milita, pero se siente más cercano, tiene las cartas para decidir si se inviste a Pedro Sánchez o se va a nuevas elecciones el próximo 14 de enero. Pujol ha aprovechado su visita a la nueva redacción de ElNacional.cat para hablar de esta situación política tan excepcional y enviar una serie de consejos al president Carles Puigdemont con base en su experiencia tras negociar desde el Palau de la Generalitat con su homólogo en La Moncloa durante 23 años, de 1980 a 2003, en los que hubo pésimos momentos en la relación y unos pocos años en que la cosa fue bastante mejor, cuatro con Felipe González y cuatro con José María Aznar, hasta que este último puso la directa hacia la España centralizada y rompió el modelo autonómico existente.

Dos cosas son importantes de las declaraciones de Pujol, que hemos publicado en el diario y que se han realizado en el plató de televisión recién estrenado: la primera, que no actúe con candidez, que sea exigente con Pedro Sánchez para que no nos engañen. Explica que a él más de una vez le pasó que se cerraban acuerdos que sobre el papel eran buenos y que, con el paso de los años o de los gobiernos, aquellos pactos se desnaturalizaban, quedaban en nada, eran papel mojado. El del catalán es el ejemplo en el que más insiste y el de la identidad. El primero, como carpeta que él trató de preservar siempre y, el segundo, como expresión de lo que para Catalunya es imprescindible para seguir siendo nación. Ambas cosas han sido atacadas este siglo con leyes, reglamentos, normativas y actitudes por aquel PSOE, con el que Pujol pactó, y mucho más con el PP, al que también dio apoyo.

No fue cuando le necesitaron, sino cuando sus votos ya valieron menos o fueron prescindibles y carecía de una palanca que pudiera revertir la situación, como las votaciones en el Congreso de los Diputados. Por eso le aconseja estar alerta y alcanzar, en todo caso, un acuerdo con bases sólidas, profundamente arraigadas, que impida que a las primeras de cambio la ventada se lo lleve todo por delante. Madrid sabe de estas cosas más que nadie. Le cuesta alcanzar un acuerdo, pero es rápido a la hora de deshacerlo. Por eso le recomienda a Puigdemont que no sea cándido, que fuerce la negociación hasta salir victorioso y que aproveche la situación en bien de Catalunya. Que corrija los déficits que tiene y que asegure un nuevo tiempo de cambios profundos, una segunda transición, ya que la de 1978 hace aguas por todos lados.

Pujol, que cerró los pactos del Majestic y de los que siempre se ha sentido orgulloso, sitúa las negociaciones actuales en un tiempo político diferente porque los destrozos que se han producido han sido muchos y Catalunya tiene que mirar por ella misma. Por eso también el president Carles Puigdemont ha hablado de un acuerdo histórico si se llega a rubricar un pacto político, un concepto que el president Pujol hace suyo con palabras parecidas al referirse a un pacto con sentido histórico, que dure. "Se tiene que hacer alguna cosa que dure a través de la historia". La principal diferencia de Pujol con González o con Aznar es que él ya ha abandonado la necesidad de ser un actor político. Mientras tanto, los otros hacen todo lo posible para medrar contra sus líderes y seguir llevando la batuta desde fuera. Por eso González y Aznar necesitan ser ácidos y críticos para seguir estando en los medios.

Esa etapa, Pujol ya la ha pasado. Guarda su experiencia para momentos puntuales y sí, tiene opinión de casi todo, aunque quiere hablar de casi nada. Sobre todo si sus palabras acaban siendo un boomerang contra los suyos. Pero, superada su etapa más polémica, sobrevuela sobre la información con mensajes que se entienden y que no tienen desperdicio. También que incomodan. Sobre todo a los que siempre le han querido en silencio.