Unas palabras condenables y subidas de tono del presidente de Argentina, Javier Milei, acusando a Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez, de corrupta, han provocado una crisis entre ambos gobiernos. Todo se inició el pasado domingo en un acto de la ultraderecha internacional que reunió, además del presidente de Vox, Santiago Abascal, a la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que se conectó telemáticamente. Las palabras de Milei provocaron una reacción en cadena, empezando por la amenaza de retirada de la embajadora española en Buenos Aires. A ello ha seguido la petición de una disculpa al embajador argentino que ha solicitado el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, y la negativa del gobierno argentino a retractarse.
No hace falta decir que las palabras de Milei están fuera de tono —tampoco es tan extraño en un político cuyo discurso tiende a ser incendiario y salirse de los cánones más elementales— y tiene razón Pedro Sánchez cuando señala que, entre gobiernos, el afecto es libre, pero el respeto es irrenunciable. Dicho eso, ¿por qué será que existe la sensación generalizada de que el presidente del Gobierno utiliza la polémica como plataforma de lanzamiento de la campaña socialista a las elecciones europeas del próximo 9 de junio? ¿No estará repitiendo día sí día también un patrón que ya utilizó en la campaña de las pasadas catalanas para elevarse por encima de cualquier situación? En aquella ocasión mareó a todo el mundo con una dimisión fake de la presidencia del Gobierno, algo que no se llegó a concretar y que luego hemos ido sabiendo que todo era una estratagema.
No voy a perder un minuto en hablar de Milei porque me parece un tipo peligroso con un lenguaje corrosivo. Pero sí me interesa cómo Sánchez utiliza cualquier circunstancia para ser el protagonista central de la trama. Y cómo ha hecho estallar el caso de su mujer, Begoña Gómez, en la causa contra la cual el titular del juzgado de Instrucción número 41 de Madrid, Juan Carlos Peinado, ha admitido que Vox se persone como acusación particular. Fue precisamente la admisión de la querella del sindicato ultra Manos Limpias la que desencadenó la famosa carta de Sánchez y el período de reflexión sobre si debía o no seguir. La fiscalía ya pidió el archivo de la causa arguyendo que no había indicios de delito.
¿Por qué será que existe la sensación de que Sánchez utiliza la polémica como plataforma de lanzamiento de la campaña socialista en las europeas?
El independentismo conoce bien estas prácticas y cómo Manos Limpias ha servido de palanca en diferentes causas contra el independentismo, o Vox en la causa de Tsunami Democràtic que instruye el juez de la Audiencia Nacional, Manuel García-Castellón. Solo hace falta darse una vuelta por la hemeroteca y allí está todo. Desde las denuncias de los líderes independentistas hasta las réplicas de PP y del PSOE, bien juntitos y de la manita, elogiando la independencia judicial en España. De aquellos barros vienen estos lodos. Y ahora ya es demasiado tarde porque, como dice la frase, quien monta un tigre corre el riesgo de no poder bajarse nunca.