Primero. La soberbia es la madre del error. Solo un político narcisista y desconectado de la realidad se hubiera atrevido a llevar el pasado miércoles a aprobación del Congreso de los Diputados un decreto ómnibus, con 80 medidas de todo tipo, pensando que Junts per Catalunya se lo iba a aprobar porque no sería capaz de soportar las presiones. Pedro Sánchez se estrelló y el resultado fue una dolorosa derrota parlamentaria. Lejos de intentar una negociación con los de Puigdemont, se fue a Davos con un séquito de ministros y altos cargos, así como cualificados empresarios del IBEX. Un soberbio nunca da su brazo a torcer y por ello sigue sosteniendo que no modificará el decreto social y que su intención sigue siendo aprobarlo entero.
Segundo. La arrogancia es la actitud de quien se considera mejor de lo que realmente es, o que considera a los demás por debajo de sí. ¿En qué momento Sánchez pensó que a Puigdemont le podía hacer una envolvente y que con ir estirando de la amnistía y del Tribunal Constitucional ya había suficiente? Más de siete años en el exilio viendo como los resortes del Estado hacen lo imposible para destruirte igual curten más que prácticamente el mismo tiempo en el palacio de la Moncloa. El aura del poder es sin duda atractiva y su fascinación es enorme. Lo saben todos los que lo tienen o lo han tenido. Pero siempre son los últimos en darse cuenta de que el rey va desnudo.
Los tiempos de malabarismos en Suiza, donde se podía hablar de todo y nada de ello se ponía en práctica en Madrid, no van a volver
Tercero. No siempre se puede ir de farol. Sánchez tiene la batalla del decreto perdida y el tiempo no juega a su favor. Cuando el lunes se reanude la semana laboral, comprobará que sus cacareadas salidas no existen y que solo hay agua en la piscina para aprobar la subida de las pensiones y las ayudas para el transporte y para los afectados de la DANA, aspectos, todos ellos, que se corresponden con un decreto social. Porque si uno rasca entre las 80 medidas, igual acaba concluyendo que el interés de muchos medios de comunicación tiene más que ver con más dinero para ellos en publicidad institucional, con cargo a CCAA y entes locales, pero con uso obligatorio del logo del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible.
Cuarto. El optimismo antropológico de Zapatero y el pararrayos Santos Cerdán. En 2008, el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero se despachó señalando que ser optimista es algo más que un rasgo de racionalidad, es una exigencia moral, un rasgo de decencia e incluso hasta de elegancia. El optimismo, esa perspectiva siempre esperanzada del futuro, ha hecho mucho daño. No se trata de ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino de creerse que está lleno cuando está vacío. Los tiempos de malabarismos en Suiza, donde se podía hablar de todo y nada de ello se ponía en práctica en Madrid, no van a volver. La ira de Sánchez frente al cabreo de Puigdemont. El optimismo de quien no detecta los riesgos de seguir jugando a la ruleta rusa con la legislatura.