La campaña propagandística de la prensa de papel y de televisión a favor de Manuel Valls para la alcaldía de Barcelona empieza a ser escandalosa y nada sutil. Las élites españolistas de la ciudad se han descarado ya a favor del exprimer ministro francés, y este verano tan pronto se han reunido —en la Cerdanya principalmente, pero también en la Costa Brava— para hablar de la financiación que necesitará —su caché es ciertamente alto— como de la necesidad de encontrarle una ubicación glamourosa en Esade o en Iese ya para este curso. Valls como el alcalde policía que acabe con la creciente inseguridad de la ciudad, se explica. Valls como el alcalde que devuelva la españolidad a la capital catalana. Valls como el alcalde capaz de aglutinar a toda la derecha y a Sociedad Civil Catalana.
Aunque no hay encuestas fiables de las próximas municipales en Barcelona y aún falta mucho tiempo, el deterioro de la capital catalana, que no viene de este verano sino que se ha ido larvando durante todo el mandato de Colau, ha sido el banderín de enganche de Valls de todos aquellos que veían a la alcaldesa como un mal menor para impedir un alcalde independentista. Hoy, en cambio, suceden dos cosas: saben que pueden desprenderse de Colau ya que la marca ha perdido robustez, y Valls les seduce. El hecho de que sentimentalmente también tenga, al parecer, un buen anclaje con una empresaria catalana capaz de concitar a su alrededor donaciones económicas importantes ha dinamizado el protagonismo del exprimer ministro francés.
El candidato de Esquerra Republicana, Alfred Bosch, es por ahora, el tercer hombre en disputa de la alcaldía. Las encuestas le dejan en una buena posición, incluso en alguna aparece como ganador hipotético. Pero es evidente que una polarización Colau-Valls no le ayudaría, y que en el espacio independentista aún hay mucha tela por cortar. Fundamentalmente, porque la formación política de los presidentes Puigdemont y Torra no ha enseñado todas sus cartas, y después porque el proceso de primarias que impulsa la Assamblea es aún una incógnita. Falta por ver si acaba siendo un elemento aglutinador del independentismo o, por el contrario, un elemento que contribuya a dividir aun más el actual ecosistema, ya de por sí excesivamente fraccionado para garantizarse la victoria antes de las elecciones.
Mientras el independentismo hace o no los deberes, Valls tiene el viento de cola y la propulsión necesaria para jugar fuerte. Y no deja de sorprenderme la enorme frivolidad con que muchos ven sus posibilidades.