Con la llegada de gobiernos del Partido Popular y de Vox al País Valencià y a les Illes Balears se está empezando a notar en qué carpetas va a estar puesto el acento de un cambio radical de políticas, que va a acabar en un serio retroceso de muchos de los avances que se habían producido. Lo estamos viendo estos días, con nombramientos no solo ridículos, sino en muchos aspectos vergonzosos. El anuncio de que el nuevo conseller de Cultura del País Valencià iba a ser un torero —retirado, obviamente— en representación de la ultraderecha tiene ese punto de grotesco y retrógrado que deja al Pacte del Botànic de las dos últimas legislaturas como un Ejecutivo de varias décadas después. Los primeros, más cercanos a los años 50 y 60, de la televisión en blanco y negro, mientras que el gobierno de izquierdas ya se asemeja más a la tecnología OLED de última generación.
En las Illes Balears, su parlamento autonómico ha elegido presidente al diputado de Vox Gabriel Le Senne, machista y homófobo, también con el apoyo de PP, Vox y s'Unió. Su carta de presentación es ciertamente preocupante, pero el voto de estos tres partidos ha sido suficiente para salir elegido en primera votación. Ahora, entre el 27 y el 30 se constituirá el nuevo gobierno, y veremos qué nueva sorpresa nos depara. Como era previsible, donde también se va a notar un retroceso importante en ambas comunidades es en la lengua catalana, auténtica columna vertebral de la deconstrucción que está dispuesta a llevar a cabo la derecha españolista para hacer del castellano la lengua única en ambos territorios y dejar el catalán como una cosa lo más marginal y folclórica posible.
Desde el cambio de nombre, empezando por las capitales donde València ya se llama también Valencia o sucede lo mismo con Castelló de la Plana, que pasará también a llamarse indistintamente Castellón de la Plana. La nueva alcaldesa de València, María José Catalá, ya avanzó después de su toma de posesión planes ciertamente catalanófobos para la ciudad y se pronunció categóricamente destacando que las lenguas oficiales son el valenciano y el castellano, su tierra es la Comunidad Valenciana (en lugar de hablar del País Valencià, como hasta ahora), y su bandera es la senyera. En ambas comunidades este retroceso se va a hacer más que evidente y la primacía del castellano acabará marginando absolutamente al catalán. Lo empezaremos a ver en actos oficiales, en la televisión autonómica, en las escuelas o en los ambulatorios y otros servicios públicos.
Todo ello entre el aplauso de Madrid —el político, pero también el económico y sobre todo el mediático— que nunca se ha creído aquello de que el catalán fuera una riqueza lingüística, sino justamente lo contrario, un estorbo para el dominio absoluto del castellano. Hay mucho trabajo a hacer en esta materia, aunque sea de resistencia, pero tendrá que pasar más por entidades culturales como Òmnium que por el peso de la política, ya que las elecciones municipales del pasado 28 de mayo dejaron un territorio devastado y desolador. Se podría pensar que el PP ya ha gobernado en otras ocasiones en ambas comunidades, pero nunca lo ha hecho necesitado de la ultraderecha como en esta ocasión. Un partido, Vox, que está demostrando que no va a desaprovechar la ocasión de tirar atrás avances políticos, sociales y lingüísticos.