Los intentos de Ciudadanos y el PP para ir juntos a las elecciones catalanas del 14 de febrero y aspirar hipotéticamente a competir por acercarse al bloque que va en cabeza han fracasado. Inés Arrimadas ha dado carpetazo al invento de los pasados comicios en el País Vasco y las dos fuerzas de la derecha española se buscarán la vida por su cuenta compitiendo con el tercer actor que es Vox y que viene apretando con un cierto empuje. En cualquier caso, es una buena noticia para el PSC, que se queda con la pátina de voto útil del españolismo ya que la situación de diciembre de 2017 con Cs liderando las elecciones es de imposible repetición porque la formación naranja aparece descabezada en España y sus dos referentes políticos, Albert Rivera e Inés Arrimadas, o están en otras cosas o no saben dónde han de estar. El primero está tratando de ganarse lo mejor posible la vida en un despacho de abogados y la segunda intenta reflotar la formación en Madrid, un día con guiños a Pedro Sánchez y otro intentado aparecer al lado de los populares de Pablo Casado.
La implosión de la derecha en tres formaciones con capacidad de conseguir escaños lleva a vaticinar un Parlament enormemente fraccionado ya que se suma a la fragmentación en varias siglas de lo que se ha dado en denominar el mundo postconvergente donde están compitiendo, al menos, Junts, PDeCAT, el Partit Nacionalista Català y formaciones aún más pequeñas como Lliures. En este espacio político, aunque con marca propia, se mueve también Demòcrates, la formación escindida de la extinta Unió que este fin de semana ha reelegido a su líder Antoni Castellà como cabeza de cartel. Castellà, un político de 50 años con una dilatada experiencia, transita por las coordenadas de la declaración unilateral de independencia y puede ir solo o en coalición con Junts o incluso con ERC, con quien ya concurrió en 2017.
Es evidente que todo este batiburrillo de formaciones robándose votos entre ellas, ayuda sobre todo a las que tienen el voto más consolidado ya que no tienen fronteras nuevas, ni escisiones que le supongan un problema añadido. Es el caso de Esquerra, a la que las encuestas le siguen dando desde hace mucho tiempo una ventaja muy significativa en la cabeza. Como también del PSC, con el electorado más fiel de entre los partidos españolistas y una vez ha superado la sangría que le supuso la emergencia de Ciudadanos y el desdibujado papel a medio camino entre el soberanismo superlight de 2012 y el unionismo pragmático de 2015. De lo primero hace tiempo que no queda ni la más mínima sombra y el partido ha ido a posiciones que tienen poco que ver con lo que fue su origen en los años 70.
En resumen: el desencuentro de la derecha le puede venir al PSC tan bien como le vino a Cs el hundimiento de los socialistas en el 21-D. En aquellas elecciones, el partido de Iceta se sacrificó en beneficio de Arrimadas y quien sabe si ahora la líder naranja, que tiene muy pocas cartas que jugar, está dispuesta a hacerse el haraquiri pensando en cómo mejorar su posición en España. Torres más altas han caído.