El independentismo catalán ha demostrado en esta Diada su altísima capacidad de resiliencia. Este es el gran e indiscutible titular de la Diada Nacional de Catalunya y de la enorme manifestación en la plaça d'Espanya y sus alrededores por encima de cifras siempre interesadas de unos y de otros. De nuevo un 11 de septiembre, cientos de miles de catalanes -600.000, según la Guàrdia Urbana de Barcelona, hoy bajo la batuta del exsocialista aunque incrustado en las listas locales del PSC bajo el paraguas de Units, Albert Batlle- en unas condiciones en que el rumbo político del independentismo aparece desdibujado han dado una nueva muestra de civismo y de compromiso. Es obvio que sacar a la calle casi el 10% de la población catalana -sería el equivalente a que en Madrid se concentraran 4,3 millones de españoles- o seis Camps Nous, por utilizar otro medidor fácilmente visualizable, no es nada fácil. De hecho, nunca nadie lo ha hecho, ni se ha acercado a esa cifra.
Pocos movimientos cívicos han conseguido a escala internacional un nivel de resiliencia como el alcanzado por el independentismo catalán y, al mismo tiempo, demostrado ante la comunidad internacional -Madrid es un mundo de sordos encerrado en su propio laberinto de una inexplicable insolvencia para acordar la investidura de un presidente de gobierno- una capacidad de respuesta ciudadana tan potente en circunstancias tan adversas que van desde la represión indiscriminada a un preocupante régimen de retroceso de libertades. También contra ese intangible, pero cada vez más presente, que persigue instalar el miedo en el independentismo y de una manera especial en sus cuadros dirigentes con la permanente reanudación de casos judiciales aparentemente dormidos. Por octavo año consecutivo, la imagen del día es la de Barcelona con muchos cientos de miles de personas pidiendo la independencia de Catalunya. Ese es el frame de la jornada, por más que el relato oficialista trate de tergiversar la realidad.
De hecho, la importancia de la multitudinaria manifestación se observa rápidamente en un repaso a muchas de las principales agencias internacionales de noticias, donde las palabras que más se repiten son "manifestación masiva" e "independencia". Como es el caso de Associated Press, que destaca en su titular: "Manifestación masiva por la independencia de Catalunya en Barcelona". Lejos de la batalla de cifras de los medios españoles, empeñados en crear un relato de una menor asistencia para rebajar el impacto de la movilización, los medios de comunicación internacionales se centran en el hecho que la multitudinaria manifestación se produce en vísperas de la sentencia del Tribunal Supremo a los presos políticos independentistas y que las autoridades catalanas dicen que no acatarán un fallo que condene a los miembros del Govern cesados por el 155 y de los responsables de las entidades soberanistas.
Una vez puesto de relieve que el independentismo ofrece siempre en la calle su mejor cara y que no existen respuestas comparables tan masivas a una demanda política en Europa, tampoco hay que rehuir el debate sobre los independentistas que no se han sentido llamados a acudir este año. Ha habido, seguramente, un retroceso en la participación y las causas son muchas y diversas. La gran mayoría de ellas hay que buscarlas en el seno de los partidos y también de la ANC; no hay, en cambio, una regresión del independentismo y mucho menos aún un repliegue hacia posiciones políticas anteriores al estallido del movimiento en 2012. Ocho años seguidos de grandes movilizaciones dan al traste con esta teoría.
Quien quiera verlo de otra manera -y pronostico que serán muchos en las próximas horas- se equivoca y desconoce la realidad catalana. Uno solo tiene que mirar a su alrededor y es más fácil encontrar independentistas que no han acudido a la manifestación por su desazón con las interminables discusiones de sus dirigentes, la ausencia de una línea política clara y la falta de unidad estratégica que porque hayan decidido apearse de esta ideología y saltar hacia barcos más tranquilos. La irritación de 2012 se mantiene intacta, la ciudadanía que una vez tras otra ha dado mayorías absolutas en el Parlament también y los que resistieron la represión del Estado el 1 de octubre, también.