Las nuevas generaciones desconocen, seguramente, que fue durante la primera legislatura surgida de las elecciones de 1980 cuando se declaró el 11 de septiembre, la Diada, como la Fiesta Nacional de Catalunya. Fue la primera ley de aquella incipiente Generalitat y de aquel Parlament, que tenía entre sus jefes de filas a Jordi Pujol, Joan Reventós, Josep Benet, Anton Cañellas y Heribert Barrera. No les costó mucho a todos ellos, procedentes de la lucha contra el franquismo, ponerse de acuerdo en que la primera ley del recién constituido Parlament tenía que ser esta, y se aprobaba a las pocas semanas, el 12 de junio. Tenía únicamente dos artículos: Artículo primero. "Se declara Fiesta Nacional de Catalunya la jornada del 11 de septiembre". Artículo segundo. "Esta Ley entrará en vigor el mismo día de su publicación en el Diari Oficial de la Generalitat". En su preámbulo dice: "El pueblo catalán en los tiempos de lucha fue señalando una jornada, la del 11 de septiembre, como Fiesta de Catalunya. Jornada que, si, por una parte, significaba el doloroso recuerdo de la pérdida de las libertades, el 11 de septiembre de 1714, y una actitud de reivindicación y resistencia activa frente a la opresión, suponía también la esperanza de una total recuperación nacional. Ahora, cuando Catalunya reemprende su camino de libertad, los representantes del pueblo creen que la Cámara Legislativa tiene que sancionar lo que la Nación unánimemente ya ha asumido".
Así fue y así se estableció. Una jornada reivindicativa políticamente cuyos ejes eran, a diferencia de la diada de Sant Jordi, la nación, la libertad y la reivindicación de mayores cotas de autogobierno. El tiempo transformó las demandas de esa Diada, en parte autonomista, en la confluencia de reclamaciones de soberanía primero y de independencia después. Ahí están para la historia las movilizaciones protagonizadas por el movimiento civil más poderoso que ha existido en Europa en estas últimas décadas y que canalizó, en sentido positivo, las energías de un pueblo que escogió el 11 de Setembre como el momento de mostrar al mundo las ansias de libertad, como una nación más en el concierto internacional de naciones. En su plenitud, duró desde 2012 a 2017, fecha en que la represión española puso el punto y final.
La Diada subsiste, el pleito con el Estado español sigue asfixiando el país y el elefante permanece en la habitación
Esta Diada de 2024 no tiene la efervescencia de los años de las grandes movilizaciones, ni la ingenuidad de aquellos primeros constructores de la autonomía, que creían que España respetaría la singularidad de Catalunya. Acaban de celebrarse elecciones al Parlament y el mapa político es radicalmente diferente al de los últimos años y al frente de la institución está el president Salvador Illa, primer secretario del PSC. La lucha cainita en el mundo independentista de los partidos ha dejado un solar repleto de cadáveres, políticos enemistados y divergencias irreconciliables. Cientos de miles de personas se han quedado en casa, ya que su paciencia se había agotado. Seguramente, no habían dejado de ser independentistas, pero habían desconectado por agotamiento, cansancio o porque, simplemente, habían perdido la ilusión.
Pero la Diada subsiste, el pleito catalán con el Estado español sigue asfixiando el país y el elefante permanece en la habitación. No ha desaparecido, aunque hay muchos que inconscientemente cierran los ojos y hacen ver que ya no está. Sigue estando ahí y no se ha hecho más pequeño. La cacareada normalidad es una falacia y el Tribunal Supremo sigue haciendo lo que quiere con la ley de amnistía aprobada por las Cortes españolas. ¡Pero si se les ha aplicado la amnistía a más policías que independentistas! Los pactos políticos no se cumplen y la justicia reinterpreta la ley como le da la gana, convirtiéndose así en el Poder verdadero. Todo ello sucede en un Estado español con tantas grietas democráticas que solo la convicción de que todo vale para mantener viva la represión catalana cohesiona derecha e izquierda judicial y, a veces, también política.
Frente a los pesimistas, hay que decir bien alto que Catalunya tiene futuro y que este será forzosamente en libertad. Porque siempre, a lo largo de la historia, la conciencia nacional es la que ha salvado el país. ¡Bona Diada!