Si hay un clásico de todas las batallas electorales españolas, es la burda manipulación de la situación del País Vasco que lleva a cabo el Partido Popular, sin que haya cambiado nada su discurso entre cuando la banda armada asesinaba y sembraba el terror una y otra vez y el anuncio de la banda terrorista de que abandonaba las armas y decretaba unilateralmente el cese definitivo de su sangrienta actividad, cosa que realizó en octubre de 2011. El PP ha instaurado un discurso contrario a la reconciliación y apelando permanentemente a las bajas pasiones y, casi doce años después de la rendición de ETA, sigue apelando al no perdón y trata de convertir el País Vasco en un lodazal en el que nunca surja la luz. No es extraño que solo conserven los populares dos alcaldías, Navaridas y Baños de Ebro, ambas en la Rioja Alavesa. O que solo tenga una cincuentena de concejales, seis diputados en el Parlamento vasco o un único diputado en el Congreso.
¿Si sus resultados en el País Vasco son tan pobres, no debería cambiar de estrategia? Si quisiera allí mejorar, sin duda. Lo que sucede es que con su acción política no pretende eso, sino movilizar a la sociedad española contra un terrorismo que ya no existe. Su política se basa en movilizar un imaginario colectivo aún existente y aparecer como los contrarios al terrorismo. Salvando las distancias, aplican en Catalunya la misma plantilla que en el País Vasco: allí todo es ETA, aquí todo es golpe de estado. Se trata de crear dos realidades paralelas en las que puedan realizar una acción política que proyecte miedo recordando el pasado, ya que el presente es otro muy diferente. Y de aquí no se mueven.
Sus creadores originarios, José María Aznar y Jaime Mayor Oreja, pueden estar muy satisfechos. Han pasado Mariano Rajoy y ahora Alberto Núñez Feijóo, ambos originariamente encuadrados en el ala más centrada del Partido Popular, y ante los cánticos de sirena de retroceso electoral cara al 28 de mayo, se han limitado a copiar la plantilla de los años duros contra la banda terrorista. El PP ha conseguido llevar el debate allí donde quería e incluso la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha planteado que se reconsidere la ilegalización de Bildu. En medio de toda esta polémica, Bildu ha anunciado que siete ex miembros de ETA con delitos de sangre habían renunciado a ir en sus listas. Feijóo se ha anotado el triunfo y ha señalado que se había hecho el primer paso y que ahora irían a por los siguientes, en referencia a los otros 37 condenados por delitos relacionados con ETA que figuran en las listas y que no han dimitido.
Nadie discute que el PP hizo un gran sacrificio en cuanto a vidas humanas arruinadas en manos de la banda terrorista. Pero no fue el único que pagó un alto precio de la barbarie desde los años setenta en que se creó la organización terrorista y tras 52 años de violencia y 829 asesinados a sus espaldas. Partidos, entidades, asociaciones, cuerpos de seguridad, militares, jueces, profesionales liberales y un largo etcétera están en esta lista. Catalunya también tuvo sus víctimas, entre ellas las de Hipercor y el añorado Ernest Lluch. El dolor fue muy amplio y muy extenso y es normal que los que lo padecieron más directamente tengan un mayor motivo para la irritación. Pero, por suerte, el País Vasco ha pasado globalmente página en un deseo de un futuro mejor en que el diálogo sea el único polo de confrontación. Y es una pena, también una injusticia, que desde fuera se trate de hacer política por un puñado de votos.