De todas las catorce elecciones que se han celebrado en Catalunya desde 1980, las del próximo día 12 son sin duda las más extrañas. Las que es más difícil hacer predicciones, ya que es imposible saber, aunque solo faltan diez días, el grado de españolización de unos comicios que en todas las anteriores elecciones nacionales han quedado encapsuladas en un paquete cerrado que tenía como único destinatario Catalunya. Eso ha propiciado, como en ningún otro sitio, análisis y multitud de libros políticos sobre la dualidad del voto que se produce: en clave mucho más española cuando se trata de elegir los representantes en el Congreso de los Diputados y en el Senado y con una mirada mucho más catalanista cuando los comicios son al Parlament de Catalunya. Por eso, los resultados son siempre diferentes, aunque el intervalo de tiempo entre unas y otras elecciones a veces no ha sido mucho.
El terremoto Sánchez, del cual nadie duda, ya que responde a una operación magníficamente bien diseñada y que hemos sido utilizados colectivamente los electores catalanes como unos conejillos de indias y acabando picando como unos bobos, ha alterado el debate de la campaña electoral sin que haya conseguido aterrizar en las únicas tres cosas importantes del 12-M: qué partido gana las elecciones, qué alianzas de gobierno son posibles y qué mayorías parlamentarias se producen en las urnas entre el bloque españolista/independentista y en la suma de las izquierdas. Viendo estos días a Pedro Sánchez, perfectamente recuperado de su catarsis personal sobre su futuro político, a lo mejor habría que ir diciendo que no se presenta a las elecciones, por más que en medio del catálogo de los juegos de magia e ilusiones ópticas que nos muestra, alguien pueda llegar a pensar lo contrario.
El terremoto Sánchez ha alterado el debate de la campaña electoral sin que haya conseguido aterrizar en las únicas tres cosas importantes del 12-M
En el ecuador de la campaña, ya nos ha dicho que merece la pena quedarse, que hay que desenmascarar a la derecha (Feijóo y Abascal) y que está en una deuda eterna con el PSC, que le recibió con un baño de masas. Nada de por qué Rodalies funciona tan mal en Catalunya, ni de una reforma de la financiación autonómica, ni mucho menos del déficit fiscal. Por no hablar del crónico déficit de cumplimiento de las inversiones en infraestructuras que figuran en los presupuestos generales del Estado. De todo eso nada y no es porque las carpetas hayan surgido estos últimos meses y no haya habido tiempo a que pudiera concretar una propuesta que satisficiera a Catalunya. La revisión del sistema de financiación autonómica, que es responsabilidad exclusivamente suya y de su gobierno, cumplió el pasado 1 de enero diez años caducado. Puestos a hacer comparaciones, el Consejo General del Poder Judicial, del que tanto se habla y no digo que sea sin razón, llevará a final de año seis caducado, algo más de la mitad del que lleva la financiación autonómica.
¿Por qué del primero habla todo el mundo y del segundo parece no interesar más que a los catalanes? ¿Por qué Pedro Sánchez no ha hecho una propuesta para salir de esta injusta situación que asfixia las arcas de la Generalitat y que a la postre acaban siendo menos hospitales, escuelas, bibliotecas, ambulatorios, vivienda oficial para jóvenes y tantas otras cosas? Y si nos remontamos a lo que es la deuda histórica del Estado con Catalunya, el pasado mes de noviembre el Parlament la cifró en la friolera cantidad de 456.000 millones, el equivalente a unos presupuestos generales del Estado. Entiendo que, de todo eso, en Madrid nadie quiera hablar y que Pedro Sánchez prefiera pasearse por esta campaña catalana hablando de Feijóo y Abascal, que, por cierto, tampoco se presentan. Pero desde aquí esas explicaciones sí que se le han de exigir.