¿Puede ser refundado Podemos o, simplemente, el espacio político que lideró hasta hace unos meses Pablo Iglesias -hoy de vuelta a la universidad y combinando esta faceta con la de articulista y tertuliano- ha quedado literalmente abrasado porque la formación morada ha sido incapaz de perfilarse como un partido de izquierdas y reformador del Estado? Conscientes, seguramente, de que hoy están más cerca de lo segundo que de lo primero este sábado se han reunido en Valencia bajo el indiscutible liderazgo de la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz; la vicepresidenta del gobierno valenciano, Mónica Oltra; la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; y la líder de Más Madrid, Mónica García.
Alrededor de Díaz, erigida en la gran esperanza española a la izquierda del PSOE, se ha puesto en marcha una estrategia con tres patas: olvidar el fiasco de Podemos, después de que su paso por el gobierno de Pedro Sánchez no le haya permitido reforzar su papel de alternativa; marcarse como objetivo llevar una mujer a la Moncloa y que las confluencias vuelvan a tener un espacio, en vez de la marginación sufrida en los últimos tiempos; y ser capaces de movilizar los cinco millones de votos alcanzados en las elecciones de 2016, que decreció a 3,7 millones en las primeras españolas de 2019 y volvió a descender en la repetición electoral del mismo año hasta 3,1 millones de ciudadanos detrás de las candidaturas de Unidas Podemos y de En Comú Podem.
La operación de marketing de Podemos se ha iniciado en Valencia, una plaza fuerte con Compromís. No va a ser fácil, sin embargo, volver a reactivar aquel espacio político que surgió y se aglutinó a partir de los movimientos del 15-M. Podemos ha fracasado en cuatro de los elementos centrales para los que surgió: en primer lugar, hoy es un partido más dentro del entramado que hace imposible la transformación del Estado. Su participación en la votación de los nuevos miembros del Tribunal Constitucional aceptando que no se podía hacer otra cosa y que había que participar en la votación, aunque fuera con la nariz tapada, ha sido una suma de cobardía y error estratégico que tendrá sus consecuencias.
En segundo lugar, está su incapacidad para marcar un perfil propio y regenerador en el debate sobre la corrupción de la monarquía española y del rey emérito. No se puede estar en un gobierno que le protege de todas sus corrupciones y querer tener un relato propio como una formación de la oposición. El primer papel se acaba comiendo al segundo y hoy lo único que queda de la posición de Podemos en esta cuestión, desde que empezaron a estallar todos los escándalos, es extraordinariamente pobre: alguna votación, alguna foto, alguna declaración, pero nada relevante que haya dejado una huella diferente.
En tercer lugar, una visión descentralizadora del Estado. Haber estirado del PSOE hacia unas posiciones menos jacobinas y más federalizantes. Muchas palabras, poca cosa más. Hoy por hoy, la descentralización se mide entre muchas cosas en millones de euros y todo el mundo lo sabe. Uno de los ejemplos más palpables es que Catalunya, como el resto de autonomías, tiene el mismo sistema de financiación autonómica que caducó en 2014. Mariano Rajoy no hizo nada y Pedro Sánchez, tampoco.
Finalmente y cuarto, Podemos y los comunes han abandonado aquella equidistancia de la que hicieron gala para encontrar una solución a las reivindicaciones del independentismo catalán, corriente mayoritaria de la sociedad catalana y depositaria del 52% de los votos en les últimas elecciones catalanas del 14 de febrero. Hoy están más cerca del PSOE que de los independentistas y han renunciado a formar parte de la solución. La carpeta catalana es, simplemente, una carpeta dialéctica, no política.