Si las elecciones españolas iban sobre Catalunya, la conclusión solo puede ser una: el independentismo sigue siendo el impedimento fundamental para la estabilidad de la política española. Pedro Sánchez ha fracasado con su adelanto electoral y solo tiene cuatro opciones: la gran coalición con el Partido Popular ―entrando en el gobierno o facilitándolo con la abstención―, con el riesgo de dejarle a Vox el liderazgo en la derecha; el apoyo de uno o varios partidos independentistas catalanes, con el riesgo de aquel que lo haga de ser castigado en las elecciones catalanas; la repetición electoral ante el enorme carajal que ha montado el presidente en funciones por su vanidad personal; o la entrada en juego de un caballero blanco que pueda coser el desbarajuste de pactos que se prevé. En Madrid ya se apunta un nombre en los cenáculos de poder: Felipe González. Que, por cierto, se deja querer.
Es obvio que Pedro Sánchez ha abocado a la izquierda española a un escenario electoral peor que el que tenía tras las elecciones de abril: baja el PSOE (2) y baja Unidas Podemos (7), solo compensado por los tres escaños que obtiene la minúscula formación de Íñigo Errejón, Más País. Esta hipotética suma de los tres partidos se mueve alrededor de 159 escaños, 17 escaños por debajo de la mayoría absoluta. Pero es que además, con su irresponsabilidad, ha permitido que Vox emerja como una gran fuerza en la política española con 52 escaños ―la más votada, por ejemplo en la Región de Murcia― y el tercer lugar en el podio. La buena noticia es la pulverización de Ciudadanos, que se queda con solo diez escaños de los 57 que tenía. Rivera ―que se ha negado a dimitir― pasa a ser una anécdota en la política española y en la catalana, donde los cadáveres políticos se amontonan, se sitúa en la cola del arco parlamentario, con solo dos escaños de los 48 en juego y es extraparlamentario en Lleida, Girona y Tarragona.
En el campo de la derecha, PP, Vox y Cs, el resultado conjunto es de una exigua mejoría de tres escaños, quedando en 150. Un resultado que no les permite jugar a nada más que a hacer catastrofismo y hacer la vida imposible a Pedro Sánchez, que tiene por delante una legislatura tremendamente enrevesada. El trasvase de votantes de Ciudadanos a Vox clarifica el escenario político de la derecha, ya que la extrema derecha encuentra su partido natural y no precisa de una formación patera.
Dicho todo ello, la clave de la política española va a seguir siendo Catalunya y las formaciones independentistas. El resultado de Esquerra Republicana (13), Junts per Catalunya (8) y la CUP (2) les asegura una minoría de bloqueo, si esta es la estrategia, y también imponer una negociación política para facilitar la investidura de Sánchez. Bien es cierto que no ha logrado su objetivo: el 50% de los escaños en juego, aunque se han quedado a uno de lograrlo. Los tres partidos independentistas tienen motivos para estar satisfechos: ERC conserva la primera posición en Catalunya, aunque baja dos escaños; JxCat sube uno, y la CUP entra con dos. En cualquier caso, ha quedado claro que ofrecer los votos gratis no es una apuesta que vaya a cotizar al alza y que el papel del independentismo en el Congreso de los Diputados debe ajustarse a la agenda catalana.
Y un dato para la polémica: la formación de Carles Puigdemont recupera la primera posición en Sarrià-Sant Gervasi, un distrito barcelonés emblemático de la burguesía catalana. Deben ser votos, en parte, del denostado conseller de Interior, Miquel Buch; y es que, a veces, se pierde de vista que el partido del orden también tiene votantes.