A medida que pasan las horas de la noche del 12 de mayo, se hace evidente que el camino de Salvador Illa para la presidencia de la Generalitat tiene más obstáculos de los previstos y está más empedrado de lo que se pensaba en un primer momento. Igual nadie consigue una posición mejor que el presidenciable socialista y ganador claro en votos y escaños el pasado domingo, pero eso no hace más fácil su trayecto hasta llegar al Palau de la Generalitat. Vamos a ver, quizás, por primera vez, investiduras de más de un candidato y lo que empieza a ser un clásico en la política catalana que se agoten los tiempos: pasó en 2015 con Artur Mas, que tuvo que dar un paso al lado cediendo el testigo a Carles Puigdemont en las últimas horas, y también se llevó hasta muy al final en acuerdo entre Junts y Esquerra para hacer president a Pere Aragonès en 2021.
Si hay acuerdo, será muy al final, ya que previamente será necesario que pasen cosas y para la fecha límite del 26 de agosto, a partir de la cual la convocatoria de nuevas elecciones es automática, falta aún una eternidad.
Si hay acuerdo, será muy al final, ya que previamente será necesario que pasen cosas y para la fecha límite del 26 de agosto, a partir de la cual la convocatoria de nuevas elecciones es automática, faltan aún algo más de tres meses y medio. Una eternidad. Sin descartar a día de hoy que, aunque ninguno de los tres partidos dicen desear una repetición electoral, igual las cosas se envenenan de tal manera que es imposible salir de ese callejón. Falta mucho tiempo, ciertamente, y antes han de pasar cosas en la política catalana y en la española, pero, hoy por hoy, lo único cierto es que nadie se encuentra lo suficientemente cómodo o tiene la suficiente fuerza para saberse ganador del final de la batalla. Descartada la posibilidad de una alianza PSC-Junts, que hoy rechazan tanto Illa como Carles Puigdemont, habrá que ver como evoluciona el debate interno en Esquerra que, por ahora, se ha refugiado en una cosa bastante poco discutible: ha perdido claramente las elecciones, ha tenido un fuerte voto de castigo y su posición de partida tiene que ser la de irse a la oposición.
Toca, por tanto, al PSC abrir el terreno de juego, explorar alianzas y trazar acuerdos. Ver si es capaz de quebrar las negativas del momento y sumar a Esquerra, desde dentro o desde fuera del ejecutivo, a su proyecto político. Porque, al final, los votos, si se dan, son para colaborar con un gobierno, no para actuar como un partido de oposición. Y ese no es el camino que en esta fase de la película esté dispuesto a seguir Oriol Junqueras, que no ha olvidado anteriores experiencias y lo que supuso para la organización su apoyo en el período 2003-2010 a los gobiernos de Pasqual Maragall y José Montilla. Además, después de la carta a la militancia enviada por el presidente del partido el pasado martes, parece evidente que aspira a poder ganar unas elecciones catalanas en el futuro, de ahí la importancia de realizar un movimiento pensando en el corto plazo o en el medio plazo.
Puigdemont también deberá enseñar sus cartas después de haber adelantado su voluntad de presentar su candidatura a la presidencia, pese a no haber sido el partido más votado el pasado 12 de mayo. Arguye, con razón, que otros antes lo intentaron en igualdad de circunstancias, no se les cuestionó y lograron su propósito. Es cierto. Pero también sabe que todo pasa por una renuncia del PSC, a la que dicen no estar dispuestos, tenga las consecuencias que tenga en la política española. La respuesta de los socialistas catalanes, apoyados públicamente por los españoles, reduce enormemente el terreno de juego. O se resigna o abre la batalla. Esa es la duda que deberá resolver él y también la dirección de Junts y el grupo parlamentario que se reúne este jueves en la Catalunya Nord. Conociendo a Puigdemont, la primera actitud, conformarse, no acostumbra a formar parte de su diccionario.
El pulso Sánchez-Puigdemont promete momentos interesantes. Y si no se desenreda el embrollo, nuevas elecciones a mediados de octubre.