Con todos los matices que se quiera, Catalunya está a punto de entrar en la cuarta fase de lo que se ha dado en conocer como el tránsito de la autonomía hacia una total soberanía. La aprobación, ahora sí, de la ley de amnistía por el Congreso de los Diputados —después de la votación en la comisión de Justicia— completará el tercer ciclo que inició el país al comprobar que el modelo autonómico era insuficiente y las costuras del régimen del 78 ya no daban más de sí. A grandes trazos, el primer período se inició con la consulta de Arenys de Munt, en 2009, que fue la primera votación municipal de la historia sobre la independencia celebrada en Catalunya. Fue, obviamente, una consulta de ámbito local, no vinculante, sin ningún valor jurídico y alegal. Pero fue el inicio de un estallido de sensibilización en otros municipios, que incluyó la ciudad de Barcelona y que se prolongó hasta 2012.
El segundo paso se inició con la manifestación de la Diada del Onze de Setembre de 2012, con un millón y medio de personas bajo el lema Catalunya, nou estat d'Europa y fue el inicio de una serie de movilizaciones masivas, las más multitudinarias de la Europa moderna. Esta fase se prolongó hasta el referéndum del 1 de octubre de 2017, la proclamación de independencia en el Parlament, y la disolución del Govern de Catalunya y la aplicación del 155 de la Constitución. El tercer periodo es el del exilio y la prisión a partir de noviembre de 2017. Una situación inédita en democracia, que ocasionó la furibunda reacción de la política, la judicatura y los medios de comunicación españoles, incapaces de acotar en su justo término lo que fue, como mucho, un acto de desobediencia. Nada más. La ley de amnistía es un reconocimiento del error español, por más que se intente presentar como una ley de reconciliación.
Veremos si esta cuarta fase —que incluirá, inevitablemente, las elecciones al Parlament de Catalunya, en principio, en febrero de 2025— abre el compás a nuevas alianzas en el Govern
La cuarta fase carece de guion cerrado y mucho menos de argumento compartido. Se puede decir que ni tan siquiera en los dos bloques las posiciones son concordantes. No lo son en el bando independentista donde Junts y Esquerra tienen posiciones tan antagónicas que son incapaces de gobernar conjuntamente. Ni en los principales ayuntamientos, ni en las diputaciones, ni en la Generalitat. No hay un hilo conductor político que les permita reencontrarse, por más que los líderes de ambos partidos, lejos de reconocerlo, tienden a rebajar las discrepancias. Debe ser que no vende hablar de que cada uno hace la guerra por su cuenta. El único sitio en que se encuentran votando juntos es, paradojas de la vida, en el Congreso de los Diputados. Tampoco van de la mano el PP y el PSC, con los segundos jugando el papel de rótula a derecha e izquierda para asegurarse cuanto más poder institucional mejor.
Veremos si esta cuarta fase —que incluirá, inevitablemente, las elecciones al Parlament de Catalunya, en principio, en febrero de 2025— abre el compás a nuevas alianzas en el Govern y como se desarrolla la legislatura española, hoy sombría para Pedro Sánchez, acosado por crecientes casos de corrupción. Seguramente, la amnistía ha sido el inicio de su viacrucis con los pactos en la política española y no el final, como quieren ver los dirigentes socialistas. Los presupuestos del estado es la próxima carpeta y, es evidente, que si Pedro Sánchez no los saca adelante, el gobierno español caerá a plomo. Hoy sabe que los números no le dan por más que intente sacar pecho de la amnistía que, por cierto, ni quería ni se la esperaba antes de los resultados electorales del 23 de julio y la correlación de fuerzas en Madrid.
El independentismo político sale bien librado del resultado final de la ley de amnistía. No hay que ser optimista sobre el respeto que puedan acabar teniendo los jueces. Pero siendo importante y decisivo, por tanto, para las personas afectadas, van a tener que superarse con relatos de ficción para establecer una nueva línea de oposición. Pero lo que es evidente es que se va a entrar en un nuevo futuro.