La abrumadora votación, por el 97,23% de los asistentes a la Conferència Nacional de Esquerra Republicana, de la ponencia estratégica que sitúa la mesa de diálogo con el Gobierno español como la herramienta para resolver el conflicto entre Catalunya y el Estado español confirma, sin cambio significativo alguno, la hoja de ruta del partido de Oriol Junqueras y Pere Aragonès. El cierre de filas de los militantes republicanos con la propuesta de la dirección es especialmente significativo por, al menos, tres motivos: el porcentaje de votos a favor deja bien a las claras que la reorientación política aprobada en 2019 se ha consolidado plenamente en la organización; segundo, ERC sigue pensando que la frialdad con que los socialistas se miran la mesa de diálogo es algo coyuntural y que acabarán dotándola de contenido político; y, tercero, la línea estratégica de gobierno con Junts en Catalunya y la alianza con el PSOE y Unidas Podemos en Madrid no está en cuestión, ya que las continuadas desavenencias en la formación les impiden, por ahora, rejuntar un proyecto cohesionado y con posibilidades de ganar.
La Conferencia Nacional de La Farga de L'Hospitalet ha coincidido con la conferencia de presidentes autonómicos convocada por Pedro Sánchez, que se ha celebrado en la isla de La Palma, y a la que se ha incorporado por primera vez presencialmente desde 2012 el president Pere Aragonès. Un gesto, por otro lado, que supone en la práctica una normalización, y que Esquerra ha defendido por la excepcionalidad de la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la necesidad de contribuir a ofrecer una mejor atención a los refugiados y una mejor respuesta a la crisis social y económica. Como pasa siempre en estos foros multiterritoriales, el mensaje que sale es siempre lo suficientemente difuso para que deje juego a alguien más que no sea el presidente Pedro Sánchez. Y, obviamente, sin concreción alguna.
Con la Conferència Nacional, Esquerra ha demostrado que es una maquinaria organizativa perfectamente engrasada, con un grado de cohesión interna muy alto, sin ninguna disidencia importante, ni una corriente opositora significativa, y con votaciones que antes se conocían como a la búlgara, ya que se tomaban por práctica unanimidad. Así mismo, cierra filas en torno a una línea estratégica clara y consolida su modelo bicéfalo de funcionamiento, con una cierta semejanza con alguna etapa del PNV. Junqueras tiene el indiscutible liderazgo de la formación como presidente y el rol de Aragonès es más institucional, como le corresponde como president de la Generalitat, aunque con resortes importantes también en el partido en su condición de coordinador general.
Sus liderazgos son perfectamente reconocibles y aceptados, tanto en el interior de la organización como puertas a fuera, en la sociedad. Y eso en la actividad política, guste o no guste, es un gran activo, ya que lo contrario a eso es siempre una auténtica olla de grillos, donde cada dirigente hace la guerra por su cuenta, donde importan más las peleas internas que los proyectos políticos para los ciudadanos y donde las zancadillas están a la orden del día. Proyectos que acaban siempre, si no se corrigen, más pronto o más tarde, con profundas divisiones.