La movilización de reservistas rusos decretada por el presidente Vladímir Putin este miércoles y que afecta, en esta primera fase, a 300.000 personas no solo es relevante por ser la primera vez que Rusia lanza una militarización como esta desde la Segunda Guerra Mundial, sino que es la prueba más evidente de la enorme preocupación en el Kremlin ante un conflicto militar que han dejado de controlar. El tono bravucón de Putin introduciendo la amenaza de una guerra nuclear -"¡Esto no es un engaño! Los ciudadanos rusos pueden estar seguros de que se garantizará la integridad territorial de nuestra patria"- puede ser entendido como una advertencia imposible o como un ultimátum de una persona desesperada. Hay pocos elementos para decantarse por una u otra teoría pero es importante tener en cuenta que, en estos momentos, el presidente ruso no se está jugando tan solo el perder o ganar una guerra, sino su propia supervivencia política en un contexto que el miedo a la población rusa tiene mucha importancia pero ha dejado de ser el único vector a analizar.
La desesperación de miles de rusos buscando aviones a cualquier destino posible con el único objetivo de abandonar el país desde uno de los aeropuertos con vuelos internacionales, refleja a la perfección el miedo y la desesperación del pueblo ruso. También el temor a que un Putin a la desesperada lleve a cabo acciones que hoy cuesta de imaginar con un importante coste de vidas humanas para la población. Sobre todo, porque las 300.000 personas movilizadas de la reserva son un poco más del 10% de los dos millones de reservistas que se calcula que existen en Rusia por haber realizado el servicio militar, que en aquel país es obligatorio.
Durante toda la jornada, las noticias procedentes de Rusia hablaban de protestas con cientos de detenidos. Era la primera expresión pública de una población que no desea la guerra con Ucrania y mucho menos participar en ella. En un país donde las movilizaciones están prohibidas y ya se sabe las consecuencias de la disidencia política, cuesta imaginar la reacción del régimen. También la duración de las protestas y si es una cosa puntual o estamos en el inicio de una escalada imparable. La invasión iniciada el 24 de febrero se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza y lo que debía ser un paseo militar de unos pocos días ha derivado en un conflicto militar inacabable donde las bajas de Moscú ya se cuentan por miles. El punto de inflexión de la opinión pública ha ido girando con las semanas y las malas noticias, hasta debilitar hasta un punto que no se conoce con exactitud a Putin.
En este contexto, el referéndum precipitado de anexión a Rusia convocado en las zonas invadidas de Donetsk y Lugansk que trata de realizar Putin ha tenido una respuesta contundente por parte del presidente de Estados Unidos, Joe Biden: "Son una violación extremadamente significativa de la Carta de la ONU". A ello hay que añadir las dificultades objetivas para cualquier mediación, al haberse chamuscado más de la cuenta el presidente turco Erdogan, que al tiempo que ha señalado que Putin estaría dispuesto a acabar la guerra cuanto antes le ha pedido que devuelva todas las zonas invadidas, incluida la península de Crimea. Nada parece que vaya a detener a Putin en este refrendo y aunque carezca de validez internacional, Putin ya ha manifestado que aunque no sea reconocido en el resto del mundo, a Moscú esto le importa muy poco.
La multitud de actores internacionales implicados en este conflicto bélico, más que facilitar una oportunidad a la paz, parece haber entrado inexorablemente en un estrecho callejón de incremento de la guerra. Es una muy mala noticia y una amenaza de consecuencias imprevisibles.