Aunque desde hacía meses no había mucho margen para la sorpresa, el anuncio oficial de Xavier Trias de intentar recuperar la alcaldía de Barcelona en las municipales del próximo 28 de mayo supone, al menos aparentemente, un cambio —veremos de qué dimensión— en los espacios preestablecidos de las diferentes opciones electorales. Hay encuestas que señalan que la batalla de Barcelona deja de ser una cosa de tres —Esquerra, los comuns y el PSC— para pasar a ser una cosa de cuatro, al entrar directamente el candidato de Junts en el pool de cabeza y abandonar la posición residual de las pasadas municipales, en 2019, cuando solo fue capaz de obtener cinco concejales, muy lejos de los diez de Ernest Maragall y Ada Colau, pero también de los ocho de Jaume Collboni. El discurso de Trias va a tener dos patas: presentarse como la garantía de que Colau no continúe al frente del ayuntamiento, ya que no piensa apoyar su continuidad en ninguna circunstancia; y apostar por recuperar la energía, el dinamismo y el entendimiento público-privado que esgrime como exponentes de su mandato entre 2011 y 2015.
Pero, obviamente, no todo son ventajas para Trias. Cuando alcanzó la alcaldía tenía detrás un partido unido, Convergència Democràtica, una coalición a prueba de discrepancias y solo obsesionada en ganar elecciones, Convergència i Unió, y ocupaba su formación política la presidencia de la Generalitat, que había alcanzado Artur Mas a finales de 2010, después de dos intentos fallidos en 2003 y 2006. Ahora, Junts per Catalunya no le aporta el cojín de votos necesarios para estar tranquilo y dependerá todo, en buena medida, de lo que sea capaz de aglutinar alrededor suyo. Dicho en plata, en 2011 las siglas eran un apoyo para el candidato y, en 2022, en la ciudad de Barcelona, las siglas solo suman, en el mejor de los casos, los cinco concejales de 2019. Mucho tendrá, por tanto, que poner de su parte Trias si quiere volver a conquistar el electorado perdido y ello pasa, sin duda, por una campaña muy personalista, poco ideológica y de recuperación de una idea de capital que Colau ha dejado por tierra después de dos mandatos y ocho años al frente del ayuntamiento.
Siendo así, la pregunta que está en el aire y veremos cómo se va encarando en los próximos meses es si realmente existe un espacio Trias, un terreno de juego en que actúe de imán de un voto centrista, un poco cosmopolita y que esté realmente dispuesto a hacer una enmienda a la totalidad. Si es capaz de seducir esta zona de electorado que se presume amplia y transversal, estará en la partida final. Si, por el contrario, hay en su espacio político quien aspira a que Trias sea simplemente el señuelo electoral, pero continuar haciendo los disparates de los últimos meses, la batalla del exalcalde será totalmente infructuosa. Su primera carta de presentación, afirmando que solo se presenta para ser alcalde y que si, al final, no gana, apoyará a Esquerra o PSC si quedan primeros, es una declaración de intenciones consistente que incorpora a los socialistas a la ecuación de un escenario de pactos posteriores y con las urnas ya abiertas en la noche del 28 de mayo.
Uno de los deberes que tiene pendientes Trias y que deberá resolver en las próximas semanas es mirar de alejar de la batalla de Barcelona tanto al PDeCAT como al expresidente del Fútbol Club Barcelona, Sandro Rosell. Es posible que logre ambos objetivos, pero también que fracase en los dos y su resultado no sería el mismo. Poco importa que el PDeCAT y Rosell tengan pocas opciones de obtener representación, ya que sí que tienen la capacidad de robarle algunas decenas de miles de votos que pueden serle decisivos. El hecho de que Artur Mas, el principal referente para la opinión pública de este espacio político, apoye a Trias y el incombustible enfant terrible de este sector, Santi Vila, también son bazas a su favor. Con Rosell aún no se ha visto, pero su entorno apuesta porque lo deje estar, ya que, además, la relación personal y política con el exalcalde es excelente.
Una parte de la partida va a estar, por tanto, en los espacios bisagras y la capacidad de resistencia que tengan Esquerra y PSC para evitar fugas, ya que son, a priori, las dos organizaciones políticas más sólidas del escenario político catalán y con una estructura piramidal muy robusta y disciplinada, que deja poco margen para situaciones políticas imprevistas. Ahora sí que se puede decir que empieza de verdad la batalla de Barcelona que, si en 2015 y 2019 fue muy apasionante, en esta ocasión se presenta casi como trascendental y definitiva para rescatar a la ciudad de la situación agónica en la que se encuentra.