Diez días después de la investidura fallida del socialista Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, la única política que realizan los aspirantes a ocupar el cargo de presidente del Gobierno son declaraciones una detrás de otra. Los vemos en la prensa, en la radio y en la televisión haciendo más de analistas y de opinadores que de inquilinos de la Moncloa. Lo mismo sucede con los dirigentes de los denominados partidos bisagra, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Así es normal que se extienda la idea de que España va necesariamente a unas nuevas elecciones generales el 26 de junio. La política declarativa ha sustituido a la acción política en una espiral de difícil compresión para el ciudadano, haya votado lo que haya votado, y que acabará garantizando un aumento de la abstención si se acaban convocando los comicios de junio. ¿Quizás este es el objetivo?

Y es que no deja de ser sorprendente que más allá del acuerdo entre PSOE y Ciudadanos no haya reuniones para ampliar la base parlamentaria de apoyos. Mariano Rajoy dijo que llamaría a Sánchez después de la investidura para reunirse y, que haya trascendido, no hay fecha para el encuentro. Y eso que la agenda del presidente del Gobierno en funciones debe continuar con tantos agujeros como cuando confesó al falso Puigdemont, en una conversación telefónica, que podría recibirlo sin problemas. Una mirada a la izquierda no ofrece un paisaje más halagüeño y el PSOE y Podemos hablan a través de los medios y no en una mesa de negociación. Cierto que a Pablo Iglesias se le han abierto algunas crisis territoriales en la organización, pero no son, por ahora, de una dimensión suficiente para que los dos partidos de izquierda no dialoguen. 

El estado vegetativo en el que ha entrado el Gobierno, su política y su proyecto parece haber quedado limitado a los recursos semanales ante el Tribunal Constitucional que cada viernes se anuncian tras el Consejo de Ministros a alguna inciativa del Gobierno catalán o de su Parlamento. Nada más. Cuando lo más normal sería, antes de votar, botar a los que sobran. Así, igual sí que no haría falta volver a votar.