Desde que en las elecciones autonómicas de 2003 en la Comunidad de Madrid —¿podía ser en otro sitio?— se dio un vuelco a los resultados comprando el Partido Popular, o sus terminales financieras, a dos parlamentarios socialistas —Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez— para que se ausentaran del pleno el día de la votación y así impedir que el socialista Rafael Simancas fuera elegido presidente, la España política ha conocido muchos tamayazos y se han intentado muchos más. Siempre, por eso, en comunidades autónomas y en ayuntamientos.
Por vergüenza se han firmado acuerdos contra el transfuguismo en un esfuerzo por intentar aparentar una mínima ética en un mundo donde no existe nada de todo ello. Pero nunca se había llegado a lo que estamos viviendo estos días previos a la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo, apelando directamente desde el PP a diputados socialistas a que hagan un tamayazo y se conviertan directamente en tránsfugas. Y en esta operación no participan tan solo políticos de tres al cuarto, o viejas glorias de la política, como Esperanza Aguirre y tantos otros. Lo hacen directamente personalidades tan importantes como, por ejemplo, este viernes el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno.
¿Qué tipo de estómago deben tener políticos como este para atreverse a tanto? ¿No tienen ningún escrúpulo para estar ofreciendo públicamente este triste espectáculo? Saben que es prácticamente imposible que prospere y que no encontrarán los pocos votos que necesitan, pero por si toca la flauta allí están pergeñando una acción que de democrática tiene más bien poco. Que en esta golfería participe públicamente con tanta desfachatez Esperanza Aguirre, que a la postre fue quien se benefició del tamayazo de 2003 para acceder a la presidencia de la Comunidad de Madrid, demuestra que el decoro de la condesa consorte de Bornos —un municipio de la provincia de Cádiz— es inexistente.
El problema es que en toda esta especie de cocina para alterar el orden democrático de las cosas, el PP tampoco está tan solo. Lo alimentan los medios de comunicación —los escritos y sobre todo los audiovisuales—, sectores económicos y el álbum de cromos de la historia del PSOE en la Transición con Felipe González y Alfonso Guerra en la cocina. Felipe y Guerra librando una batalla en contra de la generación de socialistas que lideran actualmente el partido, y al servicio de la derecha, no hacen, sino ofrecer una imagen que dilapida su capital político por dinero, ambición, poder o simplemente por envidia de que se cuestione su legado.
Que su último servicio no sea a su partido, sino a los que pretenden acabar con su partido, demuestra la bajeza de dos figuras admiradas antes por muchos y que ahora desprenden un fuerte olor a naftalina.