En un país donde el apellido Kennedy aún sigue teniendo su importancia —seguramente, más mediática que real— el apoyo del hijo del fallecido fiscal general y senador Robert Kennedy, asesinado en 1968 a la edad de 42 años, al candidato republicano Donald Trump está aguando el baño de éxito y popularidad de Kamala Harris en su semana grande, en que ha asumido la nominación demócrata a la Casa Blanca. Robert Kennedy Jr., que protagonizaba una carrera presidencial en solitario como candidato independiente, ha suspendido su campaña a la vista de que su porcentaje de votos no conseguía superar el listón del 5%.
Varios miembros de la familia Kennedy han rechazado que se les vincule con Trump y sus hermanos han asegurado que es una traición a su familia. En cualquier caso, Trump consigue volver al debate político de la carrera presidencial que había acaparado de manera intensa e inteligente Kamala Harris. La vicepresidenta ha logrado en muy pocas semanas pasar de ser percibida como una política sin sustancia, gris y de un perfil poco presidenciable, a darle la vuelta como un calcetín arropada por el propio Joe Biden y por toda la nomenclatura demócrata: desde Barack Obama a Hillary Clinton pasando por toda la ortodoxia del partido azul. Es interesante ver cómo el rojo republicano ha ido dejando paso al color demócrata y ahora está siendo el momento más dulce de los últimos tiempos.
Trump consigue volver al debate político de la carrera presidencial que había acaparado de manera intensa e inteligente Kamala Harris
Por eso, la mejor noticia para los demócratas era que no hubiera noticias. Y ahora con el movimiento de Robert Kennedy Jr. se produce un cierto movimiento de aguas subterráneas electorales que habrá que ver el tiempo de incidencia que tiene en los estados bisagra, los siete estados en los que está en juego la presidencia y donde es clave la fluctuación entre republicanos y demócratas. Por ello, el lugar elegido por Kennedy para el apoyo a Trump tampoco es casual y se ha producido en uno de estos estados, Arizona. El peculiar sistema electoral americano permite que se produzcan situaciones como esta: que un candidato que empezó disputándole la candidatura a Biden como aspirante demócrata, efectúe un quiebro y, una vez perdida la posición a la que aspiraba, facilite su apoyo a Trump.
Si el momento escogido es importante, el argumento utilizado tampoco es baladí. Kennedy ha explicado que su decantamiento hacia Trump se produjo cuando sobrevivió al atentado el pasado mes de julio y percibió que era el presidente que podía unificar el país. Aunque solo haga un mes del atentado que pudo costarle la vida en Butler, Pensilvania, el pasado 13 de julio, ha tenido una vida efímera en la larga campaña presidencial hasta noviembre y ahora el ticket Trump-Kennedy trata de situarlo de nuevo en el imaginario colectivo norteamericano. Es evidente, solo hace falta mirar las encuestas, que Trump vivía mejor contra Biden que contra Harris y que muchos de los argumentos que le servían para atacar a los demócratas y a un presidente sin fuerza suficiente para una reelección han perdido vigencia y utilidad.
Harris ha conseguido que su campaña no sea una continuación de la de Biden y con ello ha dejado, al menos provisionalmente, a Trump sin sus mejores bazas. Incluso sus insultos parecen haber perdido fuerza.