Cuando ahora hace un año Alberto Núñez Feijóo abandonó su trono dorado en Galicia para hacerse cargo de la derecha española, hubo quien, ingenuamente, pensó que había margen para implementar un partido de corte centrista en España, equiparable a lo que son en otros países de la Unión la CDU alemana de la excancillera Merkel o Renacimiento (RE) del presidente francés Emmanuel Macron. En seguida se vio que eso era una utopía y que el Partido Popular, por voluntad propia o por el secuestro que sufre la organización de canibalización de su estrategia por el ambiente ultra de Madrid, no sería capaz de ser un partido centrista y que su única competición sería con Vox, en un intento de que la ultraderecha no le robe franjas significativas de su electorado.
Así, el PP engulló, en un acto de canibalismo, al ingenuo Pablo Casado que quiso hacer un pulso a Isabel Díaz Ayuso, olvidando que esta tenía todo lo que él carecía: el dinero y el poder suficiente para merendárselo en cuestión de días. Los leales a Casado salieron corriendo a una velocidad desconocida, incluso por los que ya han visto de todo en el PP, y los barones sedujeron a Feijóo para que esta vez sí aceptara hacerse cargo del partido. Que dejara sus cómodas mayorías absolutas en Galicia, abandonara la vida placentera de Santiago, y aceptara el encargo de llevarles de vuelta a la Moncloa que perdieron en aquella moción de censura a Mariano Rajoy, en junio de 2018.
Feijóo ha explicado en conversaciones privadas algo que ya decía Rajoy cuando gobernaba y se le reprochaba que no centrara más el partido: en Madrid, el centro no existe y las portadas de El Mundo, ABC y La Razón y las radios de Federico Jiménez Losantos, Carlos Herrera y Carlos Alsina compiten por marcar la agenda del PP. Y este dietario tiene siempre un fijo que no es otro que a la derecha se la moviliza yendo contra Catalunya. Ahora, con el independentismo, aún más que en los años anteriores, cuando el catalizador de toda esta agresividad fue José María Aznar, el único presidente que la derecha mediática y empresarial ha temido y al que no le imponían la agenda, en parte porque era uno de los suyos.
Feijóo ganará o perderá las próximas elecciones españolas, aún es pronto para asegurarlo, aunque el viento parece que ahora le sopla a favor. Pero, en ningún caso, el PP lleva el camino de convertirse en la CDU o en el RE, ya que sus posiciones están más cerca de formaciones bastante más a la derecha. El ejemplo más claro es como disfrutan pisoteando derechos fundamentales que afectan a las libertades, ya sean de reunión o de opinión. Es imposible sacarles del discurso de la unidad de España y hacerles entrar en debates sociales, económicos o ambientales, por citar tres temáticas. Seguramente, en estos doce meses, el único posicionamiento político centrista que ha tenido es su compromiso a no tocar la ley de plazos del aborto después de que el Tribunal Constitucional rechazara un recurso presentado por el PP hace más de doce años. Incluso esta posición de que "el aborto es un derecho que tiene la mujer dentro de la ley y no voy a cambiar de opinión", ha sido enmendada por el sector más conservador de su partido.
Su política de no a todo y la imposibilidad de pactos con el PSOE le asemejan al PP de Aznar. Pero su tibieza le acerca al de Rajoy. Por su visión territorial podría estar en el PP o en el PSOE, ya que los socialistas Page o Lambán no le van a la zaga. En resumen, la derecha ha perdido una oportunidad de ser un partido moderno y ha preferido ir varias décadas atrás hasta confundirse con aquella Alianza Popular llena de carcoma y con posicionamientos, muchas veces, predemocráticos.