Cuando la organización de un partido llama a sus referentes históricos desleales, eso quiere decir dos cosas: que se ha abierto una grave crisis en la organización y que el pasado no se resigna al paso del tiempo y que no les importa pasear como muertos vivientes en el país de los vivos. Ya sin caretas y a pecho descubierto, Felipe González y Alfonso Guerra han decidido abrirle la tierra bajo sus pies a Pedro Sánchez para tratar de impedir que cierre un acuerdo con el president en el exilio, Carles Puigdemont, y que avance en el compromiso histórico que el dirigente independentista le ofreció a principios de septiembre en su ya famosa conferencia de Bruselas. Con amigos así para qué quiero enemigos, debe pensar el calculador Sánchez, mientras mira de avanzar hacia una investidura que aún está muy lejos de tener amarrada.
Nadie le dijo al presidente del Gobierno en funciones que sería fácil, los obstáculos para que los siete diputados de Junts le garanticen sus votos son tan importantes que la posibilidad de ir a una repetición electoral es una hipótesis más que real. Que el Partido Popular, las derechas españolas, el bullicioso Madrid que rinde pleitesía a Aznar y a su aplicada discípula Isabel Ayuso y el poder mediático y una parte muy importante del económico y del financiero estarían en su contra ya lo sabía. El pulso que le han hecho estos últimos años no tenía por qué aplacarse con el incierto resultado electoral del 23 de julio. Pero que el PSOE de la Transición, el del régimen del 78, el de los GAL, el 23-F y la LOAPA estarían por tumbarlo y apartarlo y le harían un pulso que solo beneficiaría al PP y a Vox no estaba en el guion.
Mucho deben pensar Felipe y Guerra que tienen que perder para haber salido tan en tromba como lo han hecho y aceptando todos los altavoces mediáticos para tratar de dinamitar cualquier acuerdo de Sánchez con los independentistas. Ciertamente, no se había vivido nunca en el PSOE algo así, ni nada que se le parezca. Escuchar a su secretario de organización, Santos Cerdán, llamándoles desleales es un punto de no retorno y son las mismas palabras que se utilizaron para expulsar hace una semana a Nicolás Redondo Terrenos. Y, en la misma mañana, ver a la ministra portavoz, la también socialista Isabel Rodríguez, instándolos a respetar a la actual dirección del PSOE, es más de lo que nadie había hecho con estos jarrones chinos socialistas.
Han salido tan en tromba y con un discurso tan desleal como antiguo, que Alfonso Guerra aún se pensaba que el tiempo no había pasado y su porte vitriólico contra todos encontraría acomodo aunque dijera verdaderas barbaridades. En una de ellas, se pasó tanto de frenada que salió el Guerra machista y prepotente de antaño al referirse a la vicepresidenta Yolanda Díaz y las críticas que le había hecho por su posición reaccionaria en el tema de la amnistía. "¿La vicepresidenta criticando falta de rigor político y jurídico? ¿Ella? Habrá tenido tiempo entre una peluquería y otra, habrá tenido un ratito para estudiar". Poco hay que oír a partir de aquí de un personaje tan machista, más cercano a un Rubiales de turno cualquiera y sin decoro alguno.
A estas alturas, es evidente que Sánchez ya no podrá devolverlos al silencio, pues han decidido que es mejor, en estos momentos, el PP que el actual líder del PSOE. Ahora veremos, de verdad, el cuajo del aspirante. Pero igual sí que en el camino hacia la investidura, el de retorno a la casilla de salida acaba siendo, realmente, un viaje imposible.