Como que los discursos de la monarquía española suelen ser, por lo general, inocuos —las escasas excepciones en que no lo son se producen auténticas salidas de tono, el 3 de octubre de 2017 es el ejemplo más palmario— hay que fijarse casi siempre en las fotografías, los saludos, las miradas, los gestos y las ausencias. El viaje de Felipe VI a Buenos Aires para asistir a la toma de posesión del nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, ha propiciado varias situaciones que han permitido evaluar la actuación del jefe del estado español.
Entre otras cosas, porque hace muy pocas semanas que Felipe VI presidió en la Zarzuela la jura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y lo hizo con un rictus más que serio. Algo que no pasó desapercibido, ya que venía a expresar y a coincidir con el enojo de la derecha española por los acuerdos a los que ha llegado el secretario general del PSOE con los independentistas y que le han permitido desplazar al ganador de las elecciones, el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. Diez minutos escasos de ceremonia, unas desangeladas fotografías y poca cosa más dejó la ceremonia de promesa de Pedro Sánchez. La prensa de derechas destacó el semblante real y le puso razones: la ley de amnistía.
Por eso ha sido más que destacada la sonrisa abierta, cómplice y nada recatada en los actos de toma de posesión del populista de derechas Milei y su partido La Libertad Avanza, que ha conseguido una sorprendente victoria frente al candidato oficialista a partir de que promete cosas absurdas en todas las áreas y definiéndose como anarcocapitalista. De hecho, la toma de posesión de Milei se ha acabado convirtiendo en una cierta cumbre de la ultraderecha, con Santiago Abascal como invitado personal y otros perfiles de la derecha más radical como Cayetana Álvarez de Toledo. No fueron los únicos ultraderechistas reconocibles, ya que allí estaban el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, entre otros. Por el perfil de Milei o por las tensas relaciones que atraviesan la Moncloa y la Zarzuela, al monarca no le ha acompañado el ministro de Asuntos Exteriores, como suele ser habitual, u otro miembro del Consejo de Ministros, sino un simple secretario de Estado.
Felipe VI presidió la jura de Pedro Sánchez con un rictus más que serio, por eso ha destacado la sonrisa abierta, cómplice y nada recatada en la toma de posesión de Javier Milei
Que todo ello coincida con las turbulencias conocidas dentro de la familia real, convenientemente evitadas en la frágil y vulnerable prensa de papel, no es más que otra muestra de inestabilidad y de la zozobra en que se instaló la monarquía española, primero con la renuncia de Juan Carlos I al trono por casos de corrupción, que acabaría con su exilio en los Emiratos Árabes Unidos, y después con su beligerante posición en el tema catalán y en la represión del independentismo. Esa actitud errónea hace que ahora la ley de amnistía también tenga a la Corona española entre los perdedores, ya que, al final, lo que se reconoce con esta ley es que hubo desmanes, irregularidades y que el a por ellos podía servir como estribillo ultra, pero no como una manera de hacer política.