Punto final a la campaña electoral. Después de dos semanas oficiales de campaña, se ha llegado al final con muchas menos certezas que hace quince días. Lo primero que debe destacarse es que ha sido extraña, anómala. No puede ser considerada normal una campaña en que uno de los candidatos, Carles Puigdemont, no ha podido viajar hasta la Catalunya del sur porque podía ser detenido. Una anormalidad tan bestia no puede ser democráticamente aceptada, por más que su exilio se alargue ya a casi seis años y medio y tengan que viajar los electores hasta la Catalunya Nord si le han querido escuchar in situ. Solo en la pantalla de represión judicial española puede entenderse que pueda moverse hasta la frontera de La Jonquera, pero sin traspasarla.
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Extraña también ha sido porque Pedro Sánchez ha tratado de dinamitar las elecciones catalanas y transformarlas en un plebiscito en el que había que adherirse a su persona a cambio de nada. En pocas horas, sabremos si su movimiento, con hechuras de algunos de los peores presidentes sudamericanos, ha tenido incidencia electoral. Consecuencias a futuro, seguro. Pero en las urnas, lo veremos el domingo. Nunca nadie había cruzado una barrera así y se había atrevido a tanto, hasta el extremo de hacer jugar al rey un papel secundario en la tramoya que había montado.
Puigdemont-Sánchez, Sánchez-Puigdemont han desplazado del centro del debate no solo a Illa, sino sobre todo al president Pere Aragonès, el gran damnificado, aparentemente, del duelo que los primeros han protagonizado. Esta circunstancia ha hecho que la campaña tuviera, marcadamente, dos partes: la primera, netamente españolizada; y la segunda, en que progresivamente se iba catalanizando, desplazando el peso de la Moncloa. Como sucede siempre, llegado este punto, el eje ha sido liderazgo —hay quien prefiere llamarlo carisma, aunque el nombre no hace la cosa—; percepción de encarnar la representación de Catalunya frente a Madrid, eso que se dice defender los intereses catalanes ante el gobierno de España, pero también ante las Ayusos de turno; y capacidad para capitanear un buen gobierno.
La campaña se cierra con muchos indecisos y una duda razonable sobre si será Illa o Puigdemont quien se llevará el gato al agua
No hemos tenido encuestas publicadas en Catalunya desde el lunes, último día que lo permite la ley electoral. Ha habido que recurrir a lo que se ha publicado en el extranjero —¿alguien cambiará en el Congreso esta estupidez?— y la campaña se cierra con muchos indecisos y una duda razonable sobre si será Illa o Puigdemont quien se llevará el gato al agua. La distancia del primero parece que se ha ido recortando y el sorpasso que parecía imposible hoy está más en el aire que nunca en los últimos tiempos. En cualquier caso, van a decidir los indecisos y la última movilización de cada espacio político.
Incluso, las comidas familiares de este mismo sábado van a tener su importancia para sacar electores de la abstención, como ya hemos visto en elecciones recientes cuando se les ha preguntado, a posteriori, a los ciudadanos cuándo decidieron ir a votar y a qué partido. La suerte está casi echada, aunque no el todo. El domingo veremos a favor de qué lado cae.