Apartado de la agenda del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en la cumbre del G-20 que se celebra este fin de semana en Roma, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se tuvo que conformar con salir a su encuentro para una saludo de no más de 30 segundos en el inicio de la cumbre. Entre las dos veces que han coincidido, Sánchez ha llegado al minuto, y si la vez anterior fue un breve saludo en los pasillos de la OTAN, esta vez, en el reencuentro, el presidente de EE.UU. incluso posó su mano derecha encima del hombro izquierdo del inquilino de la Moncloa. Suficiente para que los medios progubernamentales pudieran hablar de encuentro distendido, que siempre suena mejor que cita express.
No son una anécdota las dificultades que tiene España para obtener un relato mínimamente sólido en la comunidad internacional. Antes se atribuía a la excentricidad de un personaje como Donald Trump, pero, en la práctica, poco ha cambiado con Biden. Y esta situación es especialmente preocupante, ya que en ninguno de los organismos multinacionales la administración Sánchez, como le sucedía antes a la de Mariano Rajoy, consigue fijar un relato creíble de socio preferente, acorde con su posición de quinta economía más grande de Europa -un continente que pierde peso año tras año- por volumen de PIB. Bien es cierto que si hace catorce años España era la octava potencia económica del mundo ahora ha caído a la posición decimocuarta después de que Australia le haya adelantado.
No se puede pretender tener una mínima influencia con el imparable declive económico de España, que fue la economía más tocada de la UE con la covid y que está fracasando de manera preocupante en su objetivo de salir de la pandemia con fuerza y con un crecimiento del PIB que marque el ritmo en la UE. Los datos de esta semana sobre el PIB del tercer trimestre han sido un verdadero jarro de agua fría, creciendo solo el 2% cuando el Gobierno había pronosticado el 3%, a diferencia de Francia que ha desbordado su crecimiento y ha alcanzado un 3%, muy por encima de las previsiones.
Y mientras todo esto sucede, el Gobierno va ofreciendo vales y ayudas para tratar de relanzar los diferentes sectores de la economía, cuando lo que realmente hace falta es una política coherente, que no siga inflando la administración y estímulos a la pequeña y mediana empresa -también los autónomos- que puedan reactivar la economía. El gobierno Sánchez lo ha fiado todo a los fondos europeos, que no van a tener el efecto de lluvia fina que se prometió porque las grandes empresas se han quedado o han apalabrado buena parte del pastel.
La indiferencia de Biden tiene mucho que ver con todo esto. España no es una pareja a la que se quiera sacar a bailar, sino un muerto viviente incapaz de entrar en la senda del crecimiento. Biden tiene bastante con un saludo y Sánchez tiene bastante con la foto. Esa es la cruda realidad que por más que se esfuercen los voceros gubernamentales cada vez cuesta más de tapar. Y eso sin hablar de la falta de libertades, la calidad de la democracia y la persecución de los independentistas.