La división en las filas de la izquierda ha sido la nota más característica de las celebraciones de este 8 de marzo, fecha en que se conmemora el Día de la Mujer Trabajadora y se reivindican las luchas feministas. Catalunya ha sido, quizás, una excepción, y el ruido ha tenido bastantes menos decibelios que en otros puntos del Estado y, especialmente, en Madrid, donde la derecha sociológica domina ampliamente el debate, marca el relato y es capaz de inclinar hacia posiciones más conservadoras, al menos, una parte de la izquierda. El lastre que supone —en un electorado muy crispado por la división entre el PSOE y Podemos a la hora de abordar colegiadamente la reforma de la ley del solo sí es sí— que el gobierno de Pedro Sánchez haya dado un golpe de volante a sus acuerdos con la formación morada tiene un cierto aire de final de ciclo. La calle, sin embargo, no entiende de artimañas partidistas y lo único que visualiza es que PP y Vox calientan en el banquillo antes de salir a correr en dirección a la Moncloa y la izquierda, lo único que hace, es pelearse entre ella y desaprovechar la oportunidad del primer gobierno de coalición.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, que acumula a su derecha y su izquierda críticas por la gestión de su departamento y algunos de sus proyectos estrella, fue víctima por la mañana de un grupo de tránsfobas que le abucheó en Madrid y le boicoteó un acto de igualdad. Fue, quizás, uno de los momentos más evidentes de que se había roto la armonía de otros años. Siempre es más fácil estar cohesionados contra el PP, la gracia está en saber convivir con problemas en los que, lógicamente, la mirada es diferente porque diferentes son las propuestas de cada formación. El hecho de que en la zona alta de los mandos de ambas formaciones haya habido una cierta luz verde a la hora de aparecer más confrontados que nunca estas últimas horas no hacía sino presagiar que ese ambiente enrarecido y de escasa unidad política se acabaría también viendo en las movilizaciones.
Socialistas y Unidas Podemos han llegado a este 8 de marzo con un enorme malhumor, el que acostumbra a ser la antesala de unos procesos electorales que saben que no serán nada fáciles. Tienen enormes flancos en muchas de sus políticas, unido, además, a la difícil situación económica que afecta a una parte muy importante de la población. Tampoco se puede decir que el que se autodenomina el gobierno más progresista de la historia haya sido capaz de cambiar dinámicas, por ejemplo, en lo que respecta a sus relaciones con Catalunya. El último caso que ha sido objeto de debate estos días y de irritación en Catalunya tiene que ver con la financiación del corredor atlántico ferroviario, en el que el gobierno español invertirá 16.000 millones de euros, mientras en el corredor mediterráneo los retrasos están a la orden del día. De poco sirven las presiones aunque las promesas siguen dominando el envoltorio desde que se prometió una lluvia de millones que nunca llegó y que fue el preludio de una sequía que, en los despachos de Madrid, siempre tiene una explicación.
Superada la curva de este 8-M, veremos en las próximas semanas si son capaces PSOE y Unidas Podemos de recoser el roto existente con la ley del solo sí es sí y que puede acabar afectando a otras normas pendientes de votación en los próximos meses en el Congreso. La tentación del PSOE de recurrir al PP pensando que esto le puede dar oxígeno en la derecha y en el centro, como ha hecho con la ley del solo sí es sí, es una mirada equivocada del problema. El voto conservador está en estos momentos mucho más amarrado de lo que parece y lo han cohesionado los pactos del PSOE con Unidas Podemos, Bildu y Esquerra. No es un caladero donde Pedro Sánchez tenga mucho a rascar por más que haya sido en otros momentos un fortín del PSOE. El quiebro que ha impuesto a esta legislatura le obliga a recorrer el camino hasta el final con los socios de estos últimos años, ya que su credibilidad en la otra España es inexistente.