Hay que remontarse a las elecciones de 2006 para encontrar un momento de tanta incerteza política como la de esta jornada electoral del 12-M en que, si hacemos caso a las encuestas, tanto puede ganar Salvador Illa como Carles Puigdemont e incluso puede darse el caso, rizando el rizo, como en 2003, de que uno (Pasqual Maragall) gane en porcentaje de votos y otro (Artur Mas) en escaños. Desde aquellas elecciones de 2006, con un segundo y último tripartito hasta la fecha —2010, 2012, 2015, 2017 y 2021, hasta cinco— todas tenían alguna carta marcada, ya que más allá del ganador de la noche electoral, era seguro un gobierno de corte nacionalista o independentista.
En esta ocasión, eso también está en riesgo, y con ello la orientación política del ejecutivo y, en consecuencia, de Catalunya en una u otra dirección. Por eso, también, la responsabilidad de los electores es mayor, ya que no solo darán la victoria a un candidato u otro sino que en función del equilibrio de fuerzas que se produzca entre los partidos y en el eje españolista-independentista, enviarán un mensaje u otro a Madrid y a la comunidad internacional. Todo el mundo puede imaginarse cuál es este titular si gana Salvador Illa y refuerza el papel de Pedro Sánchez, después de cuál ha sido la política de la última década en Catalunya. El escenario que nadie discutía hace unas semanas y que ahora parece incierto.
Este 12-M la responsabilidad de los electores es mayor, ya que no solo darán la victoria a un candidato, sino que enviarán un mensaje a Madrid y a la comunidad internacional
Pero también todos sabemos cuál será este titular si la victoria cae del lado contrario y, además, hay una mayoría independentista. Son por eso unas elecciones trascendentes y que van mucho más allá del 12 de mayo y también de las fronteras de la política catalana. En otras palabras, se dilucida si Catalunya mantiene la posición, coge fuerza y le hace un jaque a Madrid o, por el contrario, en términos ajedrecísticos, entrega el rey, se acaba la partida y empieza una nueva. Todo eso es lo que está en juego en un marco de un gran interrogante sobre la movilización independentista y la certeza de que los contrarios sí que se movilizarán porque ahora pueden ganar y también gobernar.
Hemos visto estas semanas cómo se producía un movimiento combinado de españolizar las elecciones del 12-M con la dimisión fake de Pedro Sánchez, que como todos sus desplazamientos sobre sí mismo no se ha acabado concretando en nada, y un perfil mediático sorprendentemente bajo de algunas cabeceras catalanas, como si no hubiera comicios o fueran muy lejos de aquí. Aquí nadie quería que la campaña tuviera un perfil de cita con las urnas en clave catalanista, como parece que acabará siendo. Sobre todo si la participación electoral consigue superar la barrera del 65%, cosa que sucedió en todas las elecciones desde 2012, excepto en 2021 por la pandemia.