Con la decisión de Ada Colau de tumbar los presupuestos de Barcelona, la exalcaldesa de la capital catalana completa el triplete de cuentas públicas que su formación se ha cargado en muy pocas semanas: Barcelona, Catalunya y España. No es poca cosa para la irrelevancia de una formación política que juega en la liga de los pequeños, excepto en muy contados lugares. Colau ha demostrado, eso sí, que la venganza es un plato que se toma frío y que de los favores que recibió en el pasado para gobernar la ciudad durante dos mandatos prefiere no acordarse más.
Es evidente que la exalcaldesa se ha puesto el mono de campaña electoral, un uniforme que siempre le sienta bien y con el que se mueve la mar de cómoda, y que ha iniciado su puesta en escena para las municipales de 2027, a las que piensa concurrir. Quizás por ello no ha dudado en tumbar tres presupuestos de gobiernos de izquierdas —del PSC en Barcelona, de Esquerra en Catalunya y, de rebote, del PSOE en Madrid— con la misma tranquilidad que si fueran de Carles Puigdemont, Xavier Trias o de Mariano Rajoy.
Quizás que, durante un tiempo, dejen de hablar de responsabilidad y lo mismo de madurez y de seriedad. No hace tanto tiempo, ellos, tan acostumbrados a dar lecciones, señalaban qué debían hacer Junts o Esquerra con la investidura de Pedro Sánchez y apelaban a su sensatez. Hoy, meses después, suena a risa que Catalunya no tenga presupuestos por un complejo lúdico como el Hard Rock de Tarragona o que al alcalde Jaume Collboni le hayan faltado los votos para los presupuestos cuando estuvieron los últimos años gobernando la ciudad juntos. Debemos estar hablando de otra cosa, seguramente, más acorde con los egos que con la evolución de la ciudad.
De rebote de todo ello y de la convocatoria de elecciones en Catalunya, Pedro Sánchez, en plan pillín, ha renunciado a presentar los presupuestos generales del Estado. Siendo como es su primer año de mandato en esta nueva legislatura, es una posición muy cómoda y se ahorra tener que hacer concesiones para pactarlos. Para Catalunya no es un buen negocio, ya que era el momento, en estas cuentas públicas, de apretar y sacar cosas tangibles a cambio. Pero, con su habilidad característica, se ha escurrido de sus aliados. Dándose la paradoja, además, que Aragonès convoca elecciones porque no puede aprobarlos y Sánchez ni los presenta, y sigue tirando millas.
La exalcaldesa no ha dudado en tumbar tres presupuestos de gobiernos de izquierdas con la misma tranquilidad que si fueran de Carles Puigdemont, Xavier Trias o de Mariano Rajoy
La política de la contradicción llega al extremo que el bloque a la izquierda del PSOE se va de rositas, y allí siguen Sumar y los comunes, en el Consejo de Ministros, demostrando que les importa sobre todo estar, aunque no se sepa para qué. Es cierto que Yolanda Díaz hace mala cara y que aquella aura de liderazgo futuro ya se le ha evaporado. De aquellos gestos de complicidad con Colau también parece quedar bastante poco, como se ha podido comprobar recientemente. Aunque queda tiempo para las próximas municipales, la exalcaldesa solo tiene un plan: o entra con galones en el equipo de Collboni o le va a hacer la vida difícil.
A lo mejor por eso, Xavier Trias, que las ha visto de todos los colores, sigue aplazando su anunciada renuncia como concejal, que ha ido cumpliendo plazos sucesivos desde el pasado verano en que perdió la alcaldía pese a ganar las elecciones. Hoy, incluso, ha dejado de poner una fecha límite. Y espera. Sin aparente terreno de juego, ni posibilidades. Pero esto es política. Quién sabe. A sus 77 años, aún tiene cinco menos que Joe Biden, que aspira a un nuevo mandato en la Casa Blanca y, francamente, está muchísimo peor.