En una estadística desgarradora, el Centro de Coordinación de Emergencias de la Generalitat Valenciana elevó en la tarde de este jueves el número de muertos a 155. Todo el mundo sabe que serán bastantes más. No se sabe cuántos, pero en cada actualización de muertos se cuentan por decenas las nuevas cifras que se ofrecen. En la denominada zona cero del temporal, Paiporta, al suroeste de la ciudad de Valencia, en la comarca de la Horta Sud, cuyo accidente geográfico es el maldito barranco de Xiva, que divide en dos la población y el término de 25.000 habitantes, se han contabilizado 62 muertos. Un grupo de mossos desplazados hasta Paiporta para ayudar en las labores de rescate y que viajó en los inicios de la guerra de Ucrania hasta aquel país con material de primera necesidad, explicó que los había impresionado más lo que estaban viendo en este municipio.

Todo ello transcurre entre el dolor y el caos. Pero también ante la ausencia de la más mínima autocrítica. Allí, en el País Valencià nadie parece ser responsable de nada y la culpa, escuchando a las autoridades, solo es de la naturaleza. Me recuerda enormemente a la reacción de las autoridades gallegas con el hundimiento del petrolero Prestige, en noviembre de 2002, frente a la costa gallega, en que la incompetencia de los gobernantes transformó en cuestión de días un accidente en una catástrofe fruto de la incompetencia y de la mentira. Relativizaron y menospreciaron su cadena de errores y la respuesta de los ciudadanos fue atropellar literalmente a los gobernantes con una respuesta ciudadana y social desconocida hasta el momento.

Este abrazo de Feijóo a Mazón y la falta de autocrítica no es un gesto político inocuo. Es no entender nada de lo que ha pasado en el País Valencià y que todo el mundo ha visto

Aquellas palabras de Mariano Rajoy sentenciando que del Prestige salían unos pequeños hilitos con aspecto de plastilina, en un intento de relativizar lo que sucedía en la Costa da Morte, se asemejan al abrazo de Alberto Núñez Feijóo al presidente del País Valencià, Carlos Mazón, y las acusaciones a la Moncloa y la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Habrá muchos responsables de que la destrucción provocada por la DANA se haya transformado además en una verdadera tragedia humanitaria, con un número de muertos difícil de creer. Pero nadie, ninguno de los causantes, se acerca a Mazón. Imposible en lo que respecta a su responsabilidad política. Si a las 13 horas del martes, cuando compareció en conferencia de prensa, ya con imágenes preocupantes de crecida de ríos e inundaciones en diversas poblaciones, no hubiera declarado que, según las previsiones, el temporal se desplazaba hacia la serranía de Cuenca y que se esperaba "que en torno a las 18 horas disminuyera la intensidad en todo el resto de la Comunidad Valenciana", se hubieran salvado muchas vidas.

Nunca sabremos cuántas, pero el error lo perseguirá siempre. Este abrazo de Feijóo a Mazón y la falta de autocrítica no es un gesto político inocuo. Es no entender nada de lo que ha pasado en el País Valencià y que todo el mundo ha visto. Ha habido negligencia del gobierno valenciano hasta extremos que difícilmente puede haber una respuesta que no sea la dimisión de Mazón. No sucederá, porque nadie dimite y asume sus errores. Todo el mundo que se dedica a este negocio de la política juega al 'y tú más' pero hay momentos en que se produce un cambio de inflexión y las decenas y decenas de muertes que se hubieran evitado con una gestión responsable, un aviso a tiempo a la población y una respuesta comedida y prudencial solo las lleva él sobre sus espaldas.