A medida que se acerca la fecha en que la dirección de Esquerra tiene que cerrar un acuerdo político para la investidura de Salvador Illa —se han autoimpuesto la fecha límite del mes de julio, aunque aspiran a rematarlo esta misma semana—, se hace más evidente que el plan A de los negociadores republicanos es cerrar un acuerdo con el PSC. El plan B, nuevas elecciones el 13 de octubre, está en muy clara desventaja. No hay avances reales en las negociaciones entre las dos formaciones, pero sí gestos de un lenguaje compartido que permitan poner una pista de aterrizaje a los de Marta Rovira. Los republicanos han empezado a matizar su discurso para no quedar atrapados en un pacto de investidura imposible, ya que no tendrá el concierto económico, ni tampoco nada que se le pueda parecer. En este sentido, han empezado a sacar lustre a los acuerdos de investidura de Pedro Sánchez del pasado mes de noviembre y a actualizar y calendarizar los compromisos allí escritos, y que se sustancian en Rodalies, investigación y becas universitarias.
Esquerra sabe que puede especular con el escenario de repetición electoral, pero también que es un panorama poco realista con la crisis interna que padece. Sería suicida, repiten los partidarios de un pacto al precio que sea. Mientras los negociadores miran de construir un relato que permita superar el escollo de la militancia, que deberá votar y ratificar el acuerdo, los problemas internos siguen aumentando. La crisis de los ignominiosos carteles de los hermanos Maragall y el Alzheimer no hace sino crecer. A estas alturas, ya parece más que evidente que se cerró en falso el intento de acotar el problema a unas sanciones a diferentes militantes y cargos de la organización. El propio Ernest Maragall, que fue conseller de la Generalitat y candidato a la alcaldía de Barcelona en las elecciones municipales de 2019 y 2023, se ha dado de baja del partido por el escándalo de los carteles, ha criticado la actuación de su organización y ha justificado romper el carné así: "No puedo permanecer callado, ni aceptar que se confunda mi silencio con una conformidad o complicidad". Respecto a la dirección, ha sido taxativo: "Hubiera deseado más ejemplaridad".
El tema de los carteles de los Maragall tiene desde hace unas pocas horas un nuevo frente. Uno de los tres jóvenes de Igualada que los colgó el mes de marzo del año pasado ha roto su silencio absoluto, ha aceptado una entrevista con ElNacional.cat y ha explicado cómo se realizó aquella acción. Pau ha explicado con pelos y señales que en la lista de objetivos que recibió el grupo había, además de las sedes de Esquerra, también centros a los que acuden enfermos de Alzheimer. “Nos ordenaron que los carteles estuvieran mal colgados y también nos dieron una lista con los lugares donde debíamos colgar los carteles. Había sedes de Esquerra Republicana [la sede nacional de ERC en la calle Calàbria, la sede de distrito en la calle de Villarroel y también en la federación de Barcelona de Esquerra, en la calle del Consell de Cent] y direcciones de centros de enfermos de Alzheimer”. Esto último lo acabaron haciendo también, pero "no salió en las noticias”.
Esquerra sabe que puede especular con el escenario de repetición electoral, pero también que es un panorama poco realista con la crisis interna que padece
Pero volvamos a la investidura de Illa. En medio del silencio de la actual dirección de Esquerra, el equipo negociador, formado por Marta Rovira, Josep Maria Jové, Marta Vilalta, Juli Fernàndez y Oriol López, ha publicado un clarificador artículo en La Vanguardia en el que hacen explícito que la reclamación del concierto económico y la plena soberanía se ha desplazado a "una financiación singular que avance hacia la plena soberanía fiscal, basada en la relación bilateral con el Estado y la recaudación, gestión y liquidación de todos los impuestos". Como que el matiz está en la letra pequeña, es obvio que no es lo mismo abogar por la soberanía fiscal que ir avanzando hacia la soberanía fiscal. A esto, un compromiso más que una transferencia, sí que puede llegar Pedro Sánchez, sobre todo si lo que obtiene a cambio es que el PSC se haga con la presidencia de la Generalitat, algo que no sucede desde que la perdió José Montilla en 2010. Quédense con eso, no con los ultimátums que los partidos —todos— emplean para concentrar la atención mediática.