Este fin de semana, una persona que conoce a la perfección cómo se encuentra nuestro modelo sanitario y las tensiones financieras que padece hacía un pronóstico alarmante: es imposible que el sistema aguante así muchos años en Catalunya, ya ha entrado irreversiblemente en la recta final. Un diagnóstico ciertamente muy desesperante, habida cuenta de que Catalunya cuenta con una musculatura suficiente para no encontrarse en esta situación, si no fuera por la sangría a la que se encuentra sometida con el sistema de financiación actual. Este análisis, que me hacía muy preocupada desde su doble conocimiento diario de la administración y del sector hospitalario, guarda una cierta semejanza con el diagnóstico de otro profesional, en este caso del sector educativo. Por más que el presupuesto de la Generalitat ha crecido, lo cierto es que la tasa de abandono escolar en Catalunya supera el 16% —ha crecido de manera alarmante dos puntos el último año— mientras la media española no llega al 14% y la europea está tan solo unas décimas por encima del 9%.
Esta situación asfixiante en sanidad y educación —cuando Catalunya es el 19% de la economía española y tiene un PIB per cápita por encima de la media de la UE— casa mal y enerva sobremanera a la sociedad catalana —o, al menos, a la mayoritaria— cada vez que se presentan las balanzas fiscales y se cuantifica el atropello que padece el país por parte del gobierno español, el actual y todos los que antes hubo. Las cifran cantan por sí solas: el déficit de la balanza fiscal de Catalunya con el sector público del Estado se situó en el año 2020 en 20.772 millones de euros y, al año siguiente, en 2021, el que este lunes se ha presentado, en 21.982 millones de euros. Este importe estratosférico supone, además, un máximo histórico que equivale al 9,8% y 9,6%, respectivamente, del PIB catalán.
Tendrán nuestros políticos, al menos aquellos que tienen la llave de la investidura de Pedro Sánchez, que hacer alguna cosa, ya que esta situación —estamos hablando de los años 2020 y 2021, los últimos que se han podido analizar— no se ha producido bajo gobiernos de José María Aznar ni de Mariano Rajoy, sino con la presidencia de Pedro Sánchez, que ha necesitado tanto para su investidura en 2019 como para su acción de gobierno los votos del independentismo, en aquella ocasión contó con los de los 13 diputados de Esquerra Republicana. Pero hay más: según el último cálculo de la balanza fiscal elaborado por el Departament d'Economia i Hisenda de la Generalitat, Catalunya aportó al Estado más del 19,3% el año 2020 y el 19,2% el 2021, y solo recibió el 13,7% y el 13,6% en estos dos años.
Repito: los números cantan por sí solos, pues se acercan al 10% del PIB anual de Catalunya y no quedan lejos del 50% del presupuesto de la Generalitat para este año. En términos per cápita, significan 2.831 euros por catalán. El modelo de solidaridad interterritorial no puede estar basado en el empobrecimiento de Catalunya y que, además, todo ello sea utilizado como una señal de su decadencia económica. Hay que decir basta y a ello tienen que contribuir no solo los partidos políticos, sino las entidades económicas, las patronales, los sindicatos, las universidades y todo el tejido asociativo del país. Y habrá que hacerlo con contundencia, beligerancia y sin cambio de cromos, ya que, si no, el país se nos irá de las manos y lejos de caminar en el furgón de cabeza de la Unión Europea, no haremos otra cosa que perder posiciones y dejar a nuestros hijos un inexistente futuro muy lejos de lo que sería Catalunya sin el expolio que está padeciendo año a año por más discursos vacíos que haya o visitas a Barcelona con alfombra de plata a los que perpetran o permiten que todo siga igual que siempre.