Con demasiada asiduidad, se producen en los campos de fútbol españoles insultos racistas contra jugadores o entrenadores, sin que la Federación Española de Fútbol tome medidas disciplinarias ejemplares para evitar que semana a semana se sigan repitiendo. Lo mismo sucede con gradas ultras o simbología franquista de la que se hace ostentación en algunos estadios —todo el mundo sabe cuáles son—, que debería ser retirada de las gradas por los responsables de seguridad y se hace la vista gorda. Como si fuera una cosa sin importancia. Este sábado, en el partido Getafe-Sevilla, el árbitro ha tenido que parar el partido porque un jugador del equipo andaluz, el argentino mundialista Marcos Acuña, ha recibido insultos de "Acuña, mono" o "Acuña, vienes del mono". Lo mismo le ha sucedido al entrenador hispalense, Quique Sánchez Flores, que pese a haber entrenado anteriormente al equipo madrileño, tampoco se ha salvado de los insultos racistas. En ambos casos, ha sido una situación repugnante.
Es evidente que las medidas adoptadas no han sido suficientes, y si el objetivo es expulsar definitivamente a los racistas de los estadios, se tendrán que aumentar. Porque el enfado de los aficionados cuando a su equipo le van mal dadas no puede desembocar en una sarta de insultos. El caso de Sánchez Flores, elogiado en el equipo madrileño cuando lo entrenaba, demuestra hasta qué punto unos pocos pueden acabar con la convivencia en los estadios. Hijo de la cantante Carmen Flores, igualmente es pariente de numerosos artistas, sobrino de Lola Flores y primo de sus hijos Lolita, Antonio y Rosario, y tío de la actriz Alba Flores. La contundente reacción del entrenador sevillano debe ser aplaudida. Igual que su preocupación porque la sociedad española haya sido capaz de avanzar en tantas cosas y aún queden tantos energúmenos en los estadios.
Es evidente que las medidas adoptadas no han sido suficientes, y si el objetivo es expulsar definitivamente a los racistas de los estadios, se tendrán que aumentar
De Sánchez Flores al acabar el partido hay que suscribirlo todo. Sin matices. "Primero decir que yo estoy absolutamente orgulloso de cada poro de mis venas que me pueda respirar gitano. Pero una cosa es ser gitano o parte gitano y otra es que lo utilicen como un insulto racista. Me parece aberrante. Aquí, parte del público, porque hay parte que no, se cree que puede venir aquí a decir lo que quiera y eso es lo que está pasando en todos los estadios del mundo. Que se creen que pueden ir a un estadio y decir lo que uno quiera, y cuando quiera y como quiera. Nosotros somos trabajadores, que venimos aquí a trabajar, en una paz, en un estadio, en un espacio en que se nos tiene que respetar. Me parece aberrante que en estos tiempos en los que se está avanzando en tantas cosas, que nos agarren para atrás, nos echen para atrás y nos digan cosas que me parece que se salen absolutamente de cualquier mínimo espacio de convivencia. Me parece aberrante".
Habrá que aumentar las sanciones a los clubes en los que sucedan los insultos, advertir con cierres de campo, impedir a los agresores su vuelta a un terreno de juego. Lo que haga falta para acabar con esta lacra que tanto daño está haciendo. Los estadios de fútbol, y en general el mundo del fútbol, que es seguido por una legión interminable de aficionados, debe aspirar a la ejemplaridad. Por muchos motivos, pero también porque niños y adolescentes acuden a los campos de fútbol o lo siguen por los diferentes medios de comunicación. Y no pueden pensar que hay un espacio donde la intolerancia, el racismo o la xenofobia es un poco tolerada, donde no hay castigo. Donde se permite insultar para desahogarse y se miran de buscar excusas que resten importancia a las agresiones verbales. Eso no debe suceder.